Home Actualidad Homilía del Sr. Arzobispo D. Julián Barrio en el funeral de D. Manuel García Calviño

Homilía del Sr. Arzobispo D. Julián Barrio en el funeral de D. Manuel García Calviño

by santaeulalia

«Y estaremos siempre con el Señor»(Ts 4,17). No necesitamos otro consuelo, ni nos es precisa a los creyentes otra razón para vivir con esperanza y para morir con sosiego que esta afirmación del Apóstol. Y a la luz de esta certeza, será más fácil encontrar la razón de ser de nuestra esperanza en el ir tejiendo día a día el tapiz de nuestra existencia con los hilos de la realidad del dolor y de la alegría, de los desencantos y de los logros, del ánimo y de la decepción, del amor y del olvido. Estar siempre con el Señor: permanecer amorosamente sin la prisa inquieta de quien se siente incómodo, saborear la fidelidad de Dios sin intermitencias y sin el riesgo de ofuscarnos por el engañoso atractivo del mal y del pecado, viendo la gloria del Señor Jesús que venció definitivamente la muerte con la resurrección. El Evangelio nos llama a estar vigilantes porque no sabemos ni el día ni la hora. Esto no es para vivir angustiados sino para proveernos del aceite de la nuestras obras de caridad a fin de que nuestra lámpara luzca mientras esperamos al Señor en su venida definitiva.

El Señor transformó el aliento mortal de Don Manuel, para hacerle participar de la vida que no tiene término, donde veremos a Dios tal como es, cara a cara. Las muertes, las de las personas amadas, van despoblando nuestro mundo privado, nos van rodeando de soledad. Este es el sentir de nuestra Iglesia diocesana a cuya edificación espiritual contribuyó con el don de su propia vida nuestro hermano sacerdote.

Fue una persona de honda sabiduría, de afectos silenciosos, de eficaces realizaciones, un benefactor de la Iglesia diocesana. Ha sido una referencia clara en su ministerio sacerdotal. Su actitud de fe le llevó siempre a estar a la escucha de la verdad: «Santifícalos con la verdad. Tu palabra es la verdad» (Jn 17,17).

Con raíces profundas cristianas, se expropió de sí mismo para presentar la actualidad del Evangelio. Vivió el gozo de ser sacerdote con una espiritualidad forjada en sintonía amorosa con el Buen Pastor, animando fecundas actividades apostólicas desde la fe. Su preocupación pastoral deja constancia de su celo espiritual y de su fidelidad, haciendo del ministerio sacerdotal un servicio de amor con mucha paciencia y doctrina, buscando no la propia voluntad sino el cumplimiento de la voluntad de Aquel que le había llamado al ministerio sacerdotal, siempre con el equilibrio y la serenidad de ánimo que se necesitan para no cegarse por resplandores repentinos y obscuridades inesperadas. Muchas personas encontraron en Don Manuel al consejero prudente y al guía seguro en quien se podía hallar orientación precisa. La caridad pastoral fue el criterio de discernimiento y el impulso de su constancia en el hacer el bien. Sintió con la Iglesia y vivió para la Iglesia.

​Ante la muerte serenan nuestro espíritu las palabras del Libro de la Sabiduría: “Los que en él confían entenderán la verdad y los que son fieles permanecerán junto a él en el amor, porque la gracia y la misericordia son para sus santos y su visita para los elegidos” (Sab 3,9). Vivimos en la certeza de la Palabra de Dios que nos dice: «Esta es la voluntad del que me ha enviado, que no pierda nada de lo que me ha entregado, sino que lo resucite en el último día» (Jn 6,39). Toda nuestra obra en esta vida consiste en curar los ojos del corazón para que puedan ver a Dios, pudiendo decir con el salmista: «Oh Dios, tu eres mi Dios, por ti madrugo. Mi alma está sedienta de ti» (Ps 42,3). Contemplar a Dios vivifica al hombre.

La resurrección de Jesús manifiesta la misericordia con que Dios acredita nuestra frágil existencia. En esta eucaristía damos gracias a Dios por haber dado a la Iglesia este fiel servidor suyo. Para Don Manuel, que ve ya todas las cosas desde Dios, y envuelve en razones de ternura todas las cruces de la vida nuestro agradecimiento se hace plegaria humilde y sencilla, pidiendo el gozo que Cristo prometió a los pastores buenos y fieles. En la certeza de que Cristo se ofrece por nuestra salvación, la Iglesia nos llama a encomendarle a la misericordia de Dios para que las fragilidades propias de nuestro peregrinar en este mundo no le hayan impedido sentarse ya en la mesa del Reino.

​Dale Señor tu descanso y a nosotros mantennos en la esperanza. Doy gracias a todos los que le acompañasteis con el afecto y la gratitud en su vida y hoy habéis querido testimoniarle vuestra última amistad. Confiados en la mediación materna de María, en comunión de oración con toda la Iglesia visible, lo entregamos hoy al Padre celestial, justo y misericordioso, mientras su recuerdo permanece vivo y constante en nuestro espíritu y en la Iglesia diocesana. Amén.

 

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