“Y en la tierra Paz a los hombres…” (Lc 2,14)
Queridos diocesanos:
El Adviento es tiempo litúrgico para prepararnos a la conmemoración de la venida del Hijo de Dios al mundo. Los Santos Padres consideran que el Adviento celebra una triple venida del Señor: la histórica, cuando asumió nuestra misma carne para hacer presente la Buena Noticia del amor de Dios; la que se realiza espiritualmente ahora, cada día, por el ministerio de la Iglesia a través de los sacramentos, de manera especial en la Eucaristía; y la venida definitiva, al final de los tiempos, cuando llegará a plenitud el Reino de Dios en la vida eterna. Por eso se nos hace una llamada a la vigilancia en esperanza, limpiando nuestro corazón para acoger con alegría al Señor como Juan Bautista, María y José. Comenta san Agustín: “No pongamos resistencia a su primera venida, y no temeremos la segunda”.
¿Recristianizar o redescubrir la Navidad?
El acontecimiento que celebramos en la Navidad no es uno más en la historia de la humanidad. Su mensaje ha de ser acogido y conservado en nuestro corazón, sabiendo que la luz de Belén ilumina a todo el que viene a este mundo. Llegadas estas fechas, año tras año, oímos con frecuencia que la Navidad se está descristianizando como si esto supusiera un pretexto para desentendernos del compromiso que comporta. Es verdad que la simbología religiosa en nuestras calles ya no es la de otros tiempos, e incluso en algunos lugares se pretende que desaparezca, y que el consumismo con el que queremos beber los tragos de una felicidad deslumbrante que no satisface la inquietud de nuestro corazón, se desorbita. Nos llenamos de cosas y nos vaciamos de humanidad. Los “adornos” navideños son la gracia de Dios y la alegría en la esperanza cristiana. Es posible que tengamos que redescubrir el hondo sentido de la Navidad que nos indica que el Misterio desconocido se ha hecho presencia familiar en la plenitud de los tiempos. No podemos entender la humanidad que late dentro de nosotros mismos, si no contemplamos al Verbo de Dios hecho carne. “Sólo lo divino puede “salvar” al hombre, es decir, las dimensiones verdaderas y esenciales de la figura humana y de su destino” (L. Giussani). Dios por amor envía a su Hijo para salvarnos y para indicarnos que hemos de actuar siempre con amor en relación a los demás, sobre todo a los pobres, los débiles y los pequeños. Dios se hace hombre para que el hombre viva gozosamente la filiación adoptiva en Él y la fraternidad con los demás, sin complejos ni mojigatería, sino con valentía y serenidad. Que Dios venga a ocupar un lugar en nuestras historias, pobres y sencillas, es la prueba de que se interesa por nosotros, llamándonos por nuestro nombre. Seguro que en la oscuridad de nuestro interior se enciende una luz en la noche de Navidad.
Entrar en el establo de la posada de Belén
Os animo a entrar en la cueva de Belén y recordar el mensaje del ángel a los pastores: “No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11), mientras una legión del ejército celestial alaba a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra Paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). Sentirnos amados por Dios ayudará a buscar su voluntad y comprometernos a cumplirla en toda circunstancia. Esta actitud nos da esa paz interior con la que contribuiremos a construir la paz exterior. “El Nacimiento del Señor, dice san León Magno, es el nacimiento de la paz”[1]. Ya el profeta Isaías había profetizado: “Con sus espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4); “habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos; un muchacho será su pastor” (Is 11,6). La paz no es un anuncio de Navidad, ni un solo deseo o saludo. La paz es don de Dios en Cristo “que vino a anunciar: paz a vosotros los de lejos, paz también a los de cerca” (Ef 2,17) y a traernos la paz: “Mi paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14,27). El contenido de la redención estaba dentro de esta palabra. “Así pues, escribe san Pablo, habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por el cual hemos obtenido además por la fe el acceso a esta gracia, en la cual nos encontramos; y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Rom 5, 1-2). ¡Reconciliémonos con Dios! De la paz con Dios se desprende la paz consigo mismo y con los demás, tan necesaria cuando abundan los momentos de desencuentro y discordia en el ámbito religioso, familiar, laboral y social.
Dios se ha hecho prójimo
El Señor está cerca de los que lo invocan sinceramente, es decir, de los que acuden a él con fe recta, esperanza firme y caridad perfecta. Nuestra alegría según Dios brota del cumplimiento de sus mandatos. Tengamos muy presentes a los pobres. El Papa nos repite que quiere una Iglesia pobre y para los pobres. Muchas personas necesitan de nosotros. Con todas ellas hemos de vivir la Navidad, ayudándolas con nuestra colaboración económica y llevándoles la Luz que brilló en Belén. ¡Siempre es Navidad! ¡Feliz Navidad!
Os saluda con afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
[1] SAN LEÓN MAGNO, In Nativitate Domini, Sermón XXXVI, 5.