Mateo 12,46-50
En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él.
Uno se lo avisó: «Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo.»
Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?»
Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.»
Meditación
El evangelio de hoy presenta un episodio que en diversos escenarios viene comprendido erróneamente, hasta el punto de negar verdades de la fe como la virginidad de María y un aparente rechazo de Jesús a su familia de sangre. Preguntémonos ¿Tuvo Jesús hermanos carnales? ¿Desconoció Jesús a su familia en su ministerio público?
Partamos del hecho que la palabra “hermano” en la cultura judía designa un rango muy amplio de familiaridad, parentesco y cercanía. Por ejemplo en Génesis 12,5 y 13,8 encontramos que Abram es tío de Lot, sin embargo lo llama hermano. También en el libro del Deuteronomio leemos: “Maldito el que se acuesta con su hermana, hija de su padre o de su madre”(27,22); esto confirma que la Palabra Hermano no es sinónimo de parentesco de consanguinidad.
Si María hubiese tenido más hijos, Jesús en la cruz no se la habría confiado al discípulo amado (Jn 19, 25-27). Recordemos que en la cultura judía una mujer no debía quedarse sola sin marido ni hijo, y si esto pasaba, alguien debía acogerla. San Juan Pablo II señalaba: “La Iglesia ha considerado constantemente la virginidad de María una verdad de fe, acogiendo y profundizando el testimonio de los evangelios”.
Ahora bien, el texto de hoy no representa ningún desaire o rechazo de parte de Jesús a su Madre y a sus familiares. Al contrario la expresión: “Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo…”, es un halago a María porque fue ella quien escuchó y obedeció la voluntad de Dios en su vida: “ He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”; en otro pasaje, Isabel le dice a María: “¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?… ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 42-45).
Y así, Jesús proclama la familiaridad y cercanía con aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica. Esta verdad nos abre a reconocernos, como discípulos y hermanos del Señor que se distinguen por la búsqueda diaria de la voluntad de Dios Padre.
P. John Jaime Ramírez Feria