Mateo 13, 31-35
En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: -«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.» Les dijo otra parábola:
-«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.»
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.»
Meditación
Con el evangelio de hoy continuamos la meditación de las parábolas del Reino, presente en la vida cotidiana del Pueblo de Dios. Hoy se nos presentan dos pequeñas parábolas, del grano de mostaza y de la levadura.
Las parábolas tienen algunos datos en común: en primer lugar, todo parte de ser realidades pequeñas, humildes, que casi nadie las ve: un granito de mostaza, una medida de levadura; sin embargo, tienen una fuerza interior que produce crecimiento y con ello la protección y el fermento. En segundo lugar, encontramos que para que se dé dicho crecimiento necesita la cooperación de alguien: la semilla necesita ser sembrada, la levadura ser amasada con tres medidas de harina.
¿Qué es el Reino de Dios del que habla Jesús? el Reino de Dios es Él mismo y su presencia transformadora. El Hijo de Dios que “se hizo hombre y puso su morada entre nosotros”; Jesús de Nazaret, el humilde carpintero, Hijo de María que “siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2Corintios 8,9). Jesús que vino a anunciar con hechos y palabras la Buena Nueva del amor del Padre. Su Palabra tiene una fuerza interior que es semilla capaz de producir crecimiento, transformación, renovación y dar sentido a la existencia. En Él se cumplen las promesas hechas en la profecía de Ezequiel: “Echará ramas y producirá frutos, y se convertirá en un magnífico cedro. Pájaros de todas clases anidarán en él, habitarán a la sombra de sus ramas. Y todos los árboles del campo sabrán que yo, el Señor, humillo al árbol elevado y exalto al árbol humillado, hago secar al árbol verde y reverdecer al árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré (Ez 17,22-23).
Qué grande es poder comprender la dinámica de la enseñanzas del Señor; su lógica no es la del más fuerte y poderoso; es la lógica de la fuerza de la pequeñez, del valor de lo sencillo. En la dinámica del reino de Dios es necesario encontrar el valor de lo cotidiano, de lo familiar. Es una invitación a centrar la atención en aquellas realidades de cada día que, a veces por ser pequeñas, vienen descuidadas y, sin embargo, su ausencia indica el debilitamiento de lo realmente importante; pensemos en el valor que tiene una sencilla palabra, un gesto, la presencia, etc. Es como si el Señor nos invitara a descubrir que la fuerza extraordinaria de Dios se esconde en la cosas comunes de la vida de cada día.
Dios pide nuestra participación, así lo sugiere el Papa Francisco: “Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante. Para entrar a ser parte es necesario ser pobres en el corazón; no confiarse en las propias capacidades sino en la potencia del amor de Dios; no actuar para ser importantes a los ojos de mundo, sino preciosos a los ojos de Dios, que tiene predilección por simples y los humildes. Cuando vivimos así, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar a toda la masa del mundo y de la historia”.
Entonces, acogiendo esta enseñanza de Jesús, dejemos que su presencia entre nosotros nos haga crecer y cooperar en la obra de Dios para que nuestro obrar, desde lo pequeño y cotidiano, ayude a que otros crezcan en la confianza en la fuerza del Señor que transforma y da seguridad.
P. John Jaime Ramírez Feria