Mateo 13,47-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos les contestaron: «Sí.» Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.» Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.
Meditación
Nos encontramos hoy con la última parábola del capítulo 13 sobre el reino de los cielos: la red echada en el mar. La escena es claramente comprendida por la gente que vive alrededor del lago de Galilea y sabe lo que es el final de un día de trabajo entre satisfacciones y cansancios.
Esta escena de la vida cotidiana el Señor la aplica, con imágenes fuertes, para llevar a sus oyentes a ser conscientes del destino de aquellos que se excluyen a si mismos del amor y la salvación de Aquel que no quiere que ninguno se pierda sino que se salven y tengan vida abundante.
Las claves de interpretación que el mismo Señor ofrece nos lleva a considerar que la conciencia de la presencia del Reino de Dios en la vida cotidiana, compromete al creyente a no separar la vida con la búsqueda más auténtica que experimenta el corazón del hombre: la salvación; ilumina el salmo 15 cuando se pregunta: “Señor, ¿quién morará en tu tienda?, ¿quién habitará en tu santo monte? El que anda sin tacha, y obra la justicia; que dice la verdad de corazón, y no calumnia con su lengua; que no daña a su hermano, ni hace agravio a su prójimo…Quien obra así jamás vacilará».
Así en un ambiente de familia y cercanía, Jesús con su Palabra nos invita a pensar en la verdadera realización de la existencia. Al final de nuestros días no nos presentaremos al Señor con las manos vacías; no abrazamos la vida eterna como consecuencia del azar y la casualidad; exige la decisión cotidiana de traducir la enseñanza del Señor en las realidades de la vida. Así, su presencia nos inspira para salir a tirar la red, encontrar el sentido del sudor del día e ir a él con los agobios y cansancios; su presencia inspira para que crezcamos en el reconocimiento del valor de las decisiones que tomamos cada día; cada cosa que hacemos debe estar impregnada de eternidad.
Que la red que se lanza en el mar de nuestra existencia recoja de lo mejor. Que sepamos desechar todo aquello que corrompa la bondad de Dios en nosotros. No nos desanimemos en el propósito de elegir hacer el bien y de impregnar de Dios nuestras responsabilidades. Seamos como el padre de familia que va sacando lo nuevo y lo antiguo y es movido a dar lo mejor.
P. John Jaime Ramírez feria