Mateo 14,1-12
En aquel tiempo oyó el virrey Herodes lo que se contaba de Jesús, y dijo a sus ayudantes: «Ese es Juan Bautista que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los Poderes actúan en él.»
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado por motivo de Herodías, mujer de su hermano Felipe, porque Juan le decía que no le estaba permitido vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta. El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos, y le gustó tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera. Ella, instigada por su madre, le dijo: «Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista.»
El rey lo sintió; pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran; y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven, y ella se la llevó a su madre. Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron y fueron a contárselo a Jesús.
Meditación
El testimonio del martirio de Juan Bautista que nos presenta el evangelio de hoy nos coloca frente a los temas de la corrupción, la injusticia y uso indebido del poder. Juan fue condenado a muerte sin proceso, cuando el rey banqueteaba con los grandes del reino y se dejaba vislumbrar por el baile de la hija de Herodías.
Herodes Antipas, hijo de Herodes, el Grande, gobernó por 43 años convirtiéndose en dueño absoluto de todo, haciendo lo que le placía sin tener que darle cuenta a nadie. Era de un corazón prepotente que absolutizaba el poder y que perdía el norte de sus actuaciones. Herodes era un gobernador supersticioso que se sentía amenazado por la verdad que denunciaba el Bautista, pues Herodes se había casado con la mujer de su hermano Felipe.
La oportunidad de sacar del medio a aquél que denunciaba ese sistema corrupto, se dio con motivo de la fiesta de cumpleaños de Herodes. Entre cantos y desórdenes morales, Juan fue eliminado, una venganza personal se fraguó en un juramento de un hombre sin control.
En el contexto actual es fácil acostumbrarnos al cáncer de la corrupción que permea todos los estamentos de la sociedad. La Corrupción pública y privada, la negociación de la verdad, la pérdida de la vocación de servicio de la política y las relaciones contaminadas por la venganza, el odio y la injusticia, son el pan de cada día. Ante esta realidad ¿Qué se le pide al creyente?
En primer lugar, la vigilancia del corazón porque como dice el Señor “las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Es lo que contamina al hombre» (Mt 15,19). Vigilar el corazón para no dejarlo debilitar y corromper. La vigilancia nos pide tener claros los criterios que fundamentan nuestra vida humana y espiritual. Cuando el Señor está al centro de la vida personal no se negocia con aquellas opciones que contradicen lo que el nos ha enseñado: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). La vigilancia del corazón nos lleva a renovar la opción de fe de caminar en la verdad y la justicia, dando un claro “No” a todo aquello que daña al hermano, porque “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? (Mt 16,26).
Y en segundo lugar, se nos pide no ser indiferentes a la necesidad del otro. Herodes se encerró en su poder y sus seguridades. Él se sintió amenazado por el Bautista cuya vida valió la danza de una muchacha. El cristiano reconoce que cada persona tiene una dignidad, que la vida desde la concepción hasta la muerte natural, hay que respetarla. Que nos asemejamos al Señor cuando seguimos sus pasos y somos capaces de respetar la vulnerabilidad de la vida.
Que esta palabra nos mueva a no ser partícipes de la espiral de corrupción que daña tantas esperanzas y ahoga en el ambiente de la indiferencia a tantos que piensan que no hay nada por hacer; y no es así; podemos comenzar desde nosotros; si queremos cambiar el mundo, comencemos por cambiar nosotros.