Siempre se ha dicho que Betania era el pequeño paraíso de Jesús. Allí, junto a sus tres amigos hermanos, Nuestro Señor encontraba descanso y acogida, y allí realizó uno de sus milagros más llamativos y emotivos. Era el lugar donde le gustaba descansar porque allí o recibían como un amigo.
Cuántas veces nos hemos planteado lo que nosotros hubiéramos hecho si nos hubiera tocado vivir en tiempo de Jesús; tenemos la seguridad que hubiésemos acudido a todos los lugares donde El descansaba. Pero no hemos caído en la cuenta que esto no es cosa del pasado sino del presente. Esto se repite hoy.
Todos necesitamos una Betania, un lugar para aparcar la vorágine de cada día y descansar. El señor nos ha dicho: “Venid a mi si estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Estamos seguros de que el mejor descanso es en el Señor.
Cada mes, un grupo de sacerdotes de distintos lugares de la diócesis, procuramos reunimos para ello. Rezar, compartir, comer aparcando las preocupaciones y disertar sobre nuestros proyectos e ilusiones se convierte en una Betania para nosotros.
En cada ocasión nos encontramos en una parroquia distinta, viendo las “realidades” en las que a cada uno le ha tocado desarrollar su ministerio. En esta ocasión le ha tocado a nuestra parroquia. Un rato de oración, una comida, una tertulia y volver con las pilas cargadas al trabajo. Hoy más que nunca sentimos la universalidad De la Iglesia pues el grupo lo formaban sacerdotes originarios de Venezuela, Colombia, Polonia, Nicaragua y España.
El decreto Presbiterorum Ordinis del Vaticano II que trata sobre el ministerio y la vida de los presbíteros en la misión de la iglesia recomienda que, si bien los sacerdotes diocesanos no estamos llamados a vivir de ordinario en comunidad si es posible tener una cierta comunidad de vida, de unión y cooperación fraterna.
Los retiros mensuales, las jornadas sacerdotales, encuentros de formación permanente, las convivencias. etc… son instrumentos para vivir esta comunidad y fraternidad sacerdotal.