Esta mañana, me dirigi al instituto donde, un año más, impartiré clase de Religión y Moral Católicas, con la mochila llena de ilusiones y el corazón y la mente puestos en la tarea de educar. Mientras recorría la distancia que separaba mi casa de la escuela revivía recuerdos que calaron en mi vida, de un modo tan profundo, que podría afirmar, sin temor a equivocarme, que soy lo que soy, gracias a aquellos años: mis años de estudiante.
En ese mismo trayecto, vi a muchos padres, que con ilusión, acompañaban a sus hijos en el primer día de escuela, entre lagrimas de los niños por dejar el trono del reyes de sus casas y las de los padres, al separarse de ellos largas horas por primera vez. Observe, que muchos, cámara en mano, captaban ese instante mediante los omnipresentes selfies, olvidándose quizás de vivir ese momento irrepetible en vez de grabarlo.
Al llegar al instituto, esos recuerdos se tornaron algo físico: los aromas. El olor a libros de texto nuevos, olor al materia escolar recién estrenado, aulas recién pintadas, a pesar de los recortes en materia educativa.
Otras sensaciones, aun siendo nuevas, me resultaron conocidas por repetirse en cada comienzo de curso: caras nuevas llenas de incertidumbre al cambiar de curso y también muchas conocidas de alumnos que se reencuentran tras el descanso estival.Un alumnado , cargado de deseos de ver a sus amigos, compañeros y llenos de ilusión por estrenas libros, carteras estuches, o simplemente heredar los útiles de sus hermanos que se encaminaba hacia las aulas esperando de los profesores, no recibir grandes saberes sino , sobre todo, comprensión, amor. ayuda,apoyo y todo lo que les suponga crecer como personas.
No puede ser éste por tanto, un comienzo de curso más. El tiempo no vuelve y este, para los chicos, es tiempo de formación pero no solo en conocimientos intelectuales sino también en valores: en nuestros valores cristianos que hemos recibido, en los que nos hemos educado nosotros y los que queremos transmitir a nuestros hijos.
Ellos van a la escuela pero nosotros debemos plantearnos seriamente que educacion queremos darles y poner en ello todo el empeño: la signatura de religión en la escuela, la asistencia a la catequesis, participación en grupos de inspiración católica no debería ser una opción si no una actitud – cuando no un deber- para unos padres que quieren lo mejor para sus hijos y sin duda lo mejor es Dios.