Lectura del santo evangelio según san Lucas 12, 8-12
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios.
Al que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir.»
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús
Meditación
Ser valientes y dar testimonio del Señor en todas las circunstancias de nuestra vida, estás son cuestiones que brotan del compromiso personal y comunitario con la fe conocida, vivida y alimentada. De acuerdo a esto nos preguntamos: ¿Qué importancia y centralidad tiene Jesús en nuestra vida? ¿Estamos con Jesús o en contra de su proyecto de salvación? ¿reconocemos o negamos al Señor con nuestra manera de vivir?
Cuando la experiencia de fe es auténtica, el creyente tiene como centro de su vida al Señor, cultivando una relación vital de cercanía, amistad y comunión personal con Él. Es desde esta relación que descubre la iniciativa de Dios que ha salido al encuentro dándole a conocer su inmensa bondad y misericordia. Desde esta perspectiva la fe se convierte en una realidad que toca todas las áreas de la existencia transformándola, dándole sentido e inspirando el obrar de la persona. Podríamos decir con esto, que vivimos como creemos y creemos porque hemos encontrado al Señor en el camino de nuestra vida.
Ahora bien, aunque la persona creyente y la comunidad se vean expuestos muchas veces a la hostilidad, la persecución y la incomprensión, se hace indispensable que el compromiso con el Señor no disminuya. No podemos avergonzarnos de ser y obrar como cristianos porque Él nos ha dicho: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios”. Sí, la fe no es un disfraz que nos ponemos o quitamos de acuerdo a cada ocasión; la fe nos pide decisión, autenticidad y perseverancia, decisión para dar testimonio, autenticidad para no dejar que entre el virus de la rutina y la incoherencia; y perseverancia para no perder de vista cuál es la meta que perseguimos: la salvación.
En este camino, el Señor nos da su Espíritu Santo que nos conduce a la Verdad completa, nos mueve a la profesión auténtica y nos capacita con sus dones para obrar conforme a la voluntad de Dios. Sin la acción del Espíritu Santo en nuestra vida se cierra el corazón al poder misericordioso de Dios, hasta llegar a la negación de Jesús en la vida. Así lo enseña San Pablo cuando nos dice que quien se deja conducir por el Espíritu, ‘espiritual es, y que el Espíritu Santo produce en nosotros frutos abundantes de caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad’ (Cfr. Gálatas 5, 22-23; Catecismo 1832).
Entonces, movidos por el Espíritu Santo el creyente será como un árbol que produce fruto abundante; es el testimonio de tantos santos que movidos por el amor de Dios han sabido practicar las virtudes de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, haciendo de su vida un auténtico servicio al Señor y a sus hermanos.