Junto a la celebración de la eucaristía en la Santa Misa, la exposición del Santísimo para su contemplación y adoración por los fieles cristianos, es uno de los momentos de máxima expresión de nuestra fe, en donde nuestro Señor
Jesucristo se manifiesta presente y nos espera pacientemente, para darnos su protección, su consuelo y su amor.
Cada semana nos reunimos en torno a la Eucaristía para pedir por las vocaciones sacerdotales. Invitamos a todos a unirse en este primer jueves empezando el año con la Adoración, conscientes de que lo
“Que bien empieza, bien acaba”.
Lugar: Iglesia nueva de Santa Cruz.
Día: Jueves.
Hora: 19:30 hh.
¡Yo quiero recibirlo también!
En una de las parroquias donde he ejercido mi ministerio sacerdotal, mientras distribuía la Sagrada Comunión a los fieles, me llamó la atención una niña -de unos 4 años- que lloraba. Su padre cargándola sobre sus brazos intentaba tranquilizarla. Yo no sabía el motivo por el cual la niña lloraba. Cuando le tocó el turno a este padre de familia, que llevaba en sus brazos a su hija, entendí por qué la niña lloraba: mientras le daba la Sagrada Comunión al padre de la niña, ésta lloraba y gritaba: YO QUIERO RECIBIRLO TAMBIÉN… YO QUIERO RECIBIRLO TAMBIÉN…
Esta escena me golpeó fuertemente y me hizo reflexionar durante varios días: YO QUIERO RECIBIRLO TAMBIÉN…
Una de las conclusiones a las que llegué fue que quizá la niña lloraba porque simplemente tenía hambre; pero, me preguntaba, también, si quizá su padre le había explicado que a quien recibiría era al mismo autor de la vita.
Esta anécdota nos permite recordar la grande tarea que los padres tienen de la educación cristiana de sus hijos. Sin duda alguna, es una tarea de grande responsabilidad, pero igualmente de grande satisfacción y alegría; pues, cómo no sentirse satisfecho y feliz de acercar a Dios a un hijo(a), cómo no sentirse satisfecho y feliz sabiendo que no existe lugar y persona con quien se pueda estar mejor.
Son muchos los medios que los padres de familia pueden utilizar para educar a sus hijos. Personalmente creo que uno de los grandes medios es el que nos recuerda la anécdota con la que hemos iniciado: el de llevar a los hijos desde temprana edad a la celebración eucarística. Es verdad que en ciertas edades se vuelve muy difícil mantener en silencio y tranquilo a los hijos, pero es también igualmente verdadero que en esas edades es cuando la persona va construyendo o poniendo fundamentos importantes de su vida. Y según mi experiencia personal -y la de tantas personas con las que he podido intercambiar experiencias sobre este tema-, las imágenes o escenas que recuerdo con claridad, muchas son de mi niñez.
Puede suceder que, después del grande esfuerzo realizado por los padres por educar bien a su hijo, en algún momento o etapa de su vida pareciera haber echado en saco roto toda la formación recibida. En esos momentos conviene recordar y repasar la vida de uno de los grandes santos que en la Iglesia Católica tenemos: SAN AGUSTIN. Santa Mónica -su madre- después de haberlo formado celosamente en la vida religiosa, sufrirá durante doce años cuando el adolescente Agustín olvidándose -desde los 16 hasta los 28 años- de las enseñanzas y consejos de su madre decidirá vivir lejos de aquel Dios del que le había hablado su madre. No obstante, santa Mónica, nunca dejará de rezar por él. Y después de estos años de dolor, los frutos de su oración se verán.
Por tanto, es laudable que los padres de familia nunca pierdan la costumbre de llevar a sus hijos a la santa Eucaristía. Que los padres enseñen a sus hijos, desde temprana edad, a distinguir la diferencia entre el pan de mesa y el pan de la Eucaristía, que los niños comiencen a comprender que en la santa Eucaristía está presente el mismo Dios.
“En verdad os digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en él” (Mc 10, 14).