El Seminario, una misión de todos
Queridos diocesanos:
Año tras año, vengo compartiendo con vosotros mi preocupación por la escasez de vocaciones al ministerio sacerdotal. En el Día del Seminario, en torno a la solemnidad de san José, miramos de manera especial a nuestros seminarios, mayor y menor, “casa propia para la formación de los candidatos al sacerdocio”, en la que se cuidan y acompañan aquellos jóvenes que han sentido la llamada del Señor a este ministerio. “La identidad profunda del seminario es ser, a su manera, una continuación en la Iglesia, de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús”[1]. Esto nos subraya el alcance de esta formación que “con todo lo que conlleva de oración, dedicación y esfuerzo, es una preocupación de importancia capital para el Obispo” (Pastores gregis, 48). Pero esta inquietud ha de ser compartida como misión de todos los diocesanos de diferente manera pero convergiendo en el mismo objetivo.
Misión de todos
Es frecuente que algunos feligreses de las distintas parroquias que quieren tener una atención pastoral mayor, me escriban o vengan a hablar conmigo para pedirme que les envíe un sacerdote. Sentir la necesidad del sacerdote es de alguna manera tomar conciencia de que también el tener sacerdotes es misión de todos. En primer lugar de la Iglesia, “a cuya misión salvadora se debe la llamada al sacerdocio, y no sólo la llamada, sino también el acompañamiento para que la persona que se siente llamada pueda reconocer la gracia del Señor y responda a ella con libertad y con amor”[2]. En este sentido el Obispo tiene una responsabilidad primordial en la formación de los aspirantes al sacerdocio, ayudándoles a insertarse en la Iglesia particular y autentificando la finalidad pastoral, realidad específica de toda la formación de los aspirantes al sacerdocio. De significativa importancia en esta misión es la comunidad educativa del Seminario, con los diversos formadores que unidos al Obispo han de realizar el programa educativo y ser un ejemplo relevante del valor fundamental de la vida cristiana y del ministerio pastoral con una vida verdaderamente evangélica y de total entrega al Señor. Papel relevante realizan los profesores que “introducen y acompañan a los futuros sacerdotes en la sagrada doctrina, siendo hombres de fe y llenos de amor a la Iglesia”. No me olvido de la responsabilidad de las comunidades de las que provienen los seminaristas: en primer lugar la familia que ha de acompañar el proceso formativo con la oración, el respeto, el buen ejemplo de las virtudes domésticas y la ayuda espiritual y material: una ayuda múltiple en no pocos casos decisiva. También es muy importante la parroquia que en algunos casos suple a la familia en la educación en la fe, sintiendo al seminarista como algo propio en el camino al sacerdocio. Hemos de referirnos por otra parte a las asociaciones y movimientos juveniles que deben contribuir a la formación de los aspirantes al sacerdocio de aquellos que surgen de la experiencia cristiana, espiritual y apostólica de estas instituciones. En el tapiz de la comunidad diocesana son un referente los miembros de la Vida consagrada que “representa un signo elocuente y atrayente de radicalidad evangélica y de disponibilidad en el servicio”. Lógicamente el mismo seminarista es protagonista necesario de su formación, consciente de que nadie le puede sustituir en su libertad responsable, siendo el gran actor el Espíritu Santo para configurarlo conforme al corazón del Buen Pastor. Como vemos es misión de todos, así lo contempla San Juan Pablo II en la Exhortación Postsinodal Pastores dabo vobis. Todavía en este arco polícromo, la sociedad es una piedra significativa en la formación del seminarista quien se ha de acercar a ella con una mirada de discernimiento, siempre atento a los signos que le proporciona para hacer de ellos una lectura creyente, en una actitud de escucha y de diálogo.
Hombre escogido de entre los hombres
Esta implicación de todos hará más efectivo el proceso de la formación del seminarista y lógicamente nos ayudará a comprender que el sacerdote no es un ser extraño, desenraizado y forastero entre los hombres, sino un hombre escogido de entre los hombres para representarles en el culto a Dios (Heb 5, 1) y llevarles a una experiencia real y profunda de Él, evangelizando, administrando los sacramentos y sirviendo a la comunidad.
Exhortación final
Queridos diocesanos, os animo a pedir por las vocaciones al ministerio sacerdotal y a ayudar económicamente a nuestros Seminarios Mayor y Menor, colaborando también de este modo a la mejor formación humana, intelectual, espiritual, comunitaria y pastoral de nuestros seminaristas, a quienes ponemos bajo el patrocinio del Apóstol Santiago, de San José y de María, Reina de los Apóstoles.
Os saluda con todo afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.