Me dirijo a vosotros, mis feligreses, con gran alegría para desearos la felicidad de Cristo Resucitado. Tras una intensa Semana en la que hemos celebrado los Misterios más grandes de nuestra fe hoy proclamamos al mundo entero que Jesús, en quien creemos, al que seguimos y esperamos ha resucitado, esta noche, glorioso del sepulcro.
Todavía resuenan las campanas y aleluyas que anuncian esta gran fiesta del Domingo de la Resurrección del Señor cuya celebración se prolonga cincuenta días hasta Pentecostés.
Toda la Pascua es vivida como un único día y ha de ser expresión de nuestra alegría; una alegría que nace de la fe y de nuestro encuentro personal con el Resucitado. Con su victoria sobre la muerte no solo nos hace a nosotros partícipes de su Resurrección sino que nos ha regalado una vida nueva que tenemos que vivir en fraternidad.
Debemos pues, ser testigos del Evangelio llevando a nuestros hermanos la luz de la esperanza. En la noche de ayer, cuando el Cirio Pascual, símbolo del Resucitado, iluminaba la oscuridad del templo, nosotros encendimos nuestros cirios en el, no como un amuleto para llevar a nuestros hogares sino como símbolo de que esa luz “no mengua” -como cantábamos en el pregón pascual.
Ese signo que la liturgia nos invitaba a vivir simboliza nuestro deseo de llevar con nuestra vida , ejemplo y palabra la Luz a los que viven en tinieblas lejos De Dios.
Que está Pascua, todos “muramos al hombre viejo”, renazcamos por la gracia, cumplamos con el precepto Pascual de confesar y comulgar apartando de nosotros lo que nos aparta de Dios y que la Reina de la Alegría, interceda por nosotros.
¡Felices Pascuas!
N.B.: No dejes de ver este vídeo que nos invita a pensar si vivimos de igual modo este acontecimiento.