Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-21
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.
Meditación
La confesión de fe del evangelista san Juan deja en un solo versículo el anuncio del amor de Dios por toda la humanidad, de tal modo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea vida eterna. Es la revelación de Dios Padre, lleno de ternura que quiere que todos los hombres se salven y vivan en la verdad.
Creer en Jesús, aceptar la Verdad y vivir en la luz. Son las tres acciones que encierran lo que significa la vida cristiana. Jesús es la plena revelación de Dios y de su plan de salvación para la humanidad. Atrás quedó una imagen severa y justiciera de Dios; El Creador es Padre de todos, Él nos ha amado con amor gratuito, personal e ilimitado. “Dios, amó tanto al mundo, que dio a su Hijo unigénito. Escuchando esta Palabra, dice el Papa Francisco- dirigimos la mirada de nuestro corazón a Jesús Crucificado y sentimos dentro de nosotros que Dios nos ama, nos ama de verdad, y ¡nos ama mucho! Esta es la expresión más sencilla que resumen todo el Evangelio, toda la fe, toda la teología: Dios nos ama, Él es rico en misericordia -no olvidarlo nunca, es rico en misericordia- por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo”.
Y así es, en la Cruz de Cristo encontramos la prueba suprema del amor de Dios. “Si, en la creación el Padre nos ha dado la prueba de su amor inmenso dándonos la vida, en la Pasión de su Hijo nos ha dado la prueba de las pruebas: ha venido a sufrir y morir por nosotros. Y esto por amor. Así de grande es la misericordia de Dios, porque nos ama, nos perdona con su misericordia, Dios perdona todo y Dios perdona siempre” comenta el Papa Francisco.
Por esto en el amor del Crucificado encontramos la Verdad que nos salva. Es verdad que Dios nos ha bendecido con toda clase de bendiciones como nos lo dice san Pablo. Y en la Cruz encontramos el camino que nos conduce a la verdad de quién es Dios y quiénes somos para Él. Y ante el anuncio del amor de Dios ¿cómo resistirnos? Cerrar el corazón y la vida al amor de Dios sería vivir en el error, en la desesperanza y las tinieblas. En la cruz encontramos no cualquier verdad, sino la Verdad que nos hace libres. En la cruz encontramos el faro que nos lleva a la eternidad.
Hoy 1 de mayo, celebramos a san José obrero y comenzamos el mes tradicionalmente dedicado a la Santísima Virgen María. Nos enseña el Papa que “En el silencio del obrar cotidiano, san José, juntamente con María, tienen un solo centro común de atención: Jesús. Ellos acompañan y custodian, con dedicación y ternura, el crecimiento del Hijo de Dios hecho hombre por nosotros, reflexionando acerca de todo lo que sucedía. En los evangelios, san Lucas destaca dos veces la actitud de María, que es también la actitud de san José: «Conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (2, 19.51). Para escuchar al Señor, es necesario aprender a contemplarlo, a percibir su presencia constante en nuestra vida; es necesario detenerse a dialogar con Él, dejarle espacio en la oración”.
P. John Jaime Ramírez Feria