Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 31-36
El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús
Meditación
“¡Ya estamos resucitados! De hecho, mediante el Bautismo, estamos insertos en la muerte y resurrección de Cristo y participamos de una vida nueva, es decir la vida del Resucitado. Por tanto, en la espera de este último día, tenemos en nosotros una semilla de resurrección, como anticipo de la resurrección plena que recibiremos en herencia. Estamos en camino hacia la resurrección. Esta es nuestra alegría: un día encontrar a Jesús, encontrar a Jesús todos juntos”.
Con estas palabras el Papa Francisco manifestaba que pensar en la vida eterna no es una ilusión ni una “fuga del mundo”; al contrario compromete al cristiano a perseverar en la fe y en el amor. El acto libre y voluntario de la fe compromete todo el ser de la persona; por ello creer conduce a la aceptación de la vida eterna Dice san Juan: “Padre, esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo”.
¿De dónde brota la fe? De la gracia del Espíritu Santo que nos conduce a la Verdad. Sí, es el Espíritu el que abre nuestro entendimiento y corazón al testimonio que Jesús y su Palabra nos da. Testimonio del amor incondicional de Dios Padre que envió a su Hijo y aceptó su sacrificio por nuestra redención. Entonces el creyente acepta la Palabra de Dios que atestigua la obra de la salvación y comienza a vivir en clave de eternidad.
En una ocasión compartía con una persona que por mucho tiempo aseguró que le bastaba creer que existía Dios, que la fe era una cuestión de corazón y ya; “mi alma vivía sostenida de una que otra oración de prisa en las necesidades o de la asistencia a misas de funerales y ya. Para mí eso bastaba y me consideraba religioso. Pero una cosa es creer que existe un Dios y otra es creerle, creer en sus promesas y vivir para el cielo”.
El evangelio nos habla de ser creyentes, de vivir en clave de eternidad. Y para esto debemos abrirnos a una experiencia viva, no acostumbrada, de su presencia. La fe no es autosalvación; es también reconocimiento de la misericordia que Dios ha tenido para con nosotros que siendo pecadores nos ha ofrecido la salvación en plenitud desde el sacrificio de la cruz y la resurrección. Confiamos en la grandeza del amor de Dios y caminando en Jesucristo deseamos ir al cielo. Esto nos anima a vivir conforme a él, a esforzarnos, a dejarnos levantar por su compasión.
Y entonces preguntarán: ¿para dónde vas? Y podremos responder no solo con nuestras palabras: “voy para el cielo”. ¿Por qué perseveras en la fe y en el bien? Porque desde aquí vamos construyendo eternidad y no me quiero perder el cielo. Y ¿lo logras por tus propias fuerzas? No, en nuestra fragilidad se manifiesta la fuerza y la ayuda de mi Señor.
Nuestra fe nos enseña a llamar a María, Auxilio de los cristianos. Pidámosle su intercesión de Madre para que también nosotros podamos participar de la gloria de su Hijo.
P. John Jaime Ramírez Feria.