Esta semana llego el mes de Julio y con él las esperadas y merecidas vacaciones. El templo se ha quedado medio vacío los fines de semana y han llegado nuevos rostros que han elegido nuestro pueblo para descansar.
El hombre tiene que imitar a Dios tanto trabajando como descansando, dado que Dios mismo ha querido presentarle la propia obra creadora bajo la forma del trabajo y del descanso, nos recuerda S. Juan Pablo II.
Consideremos el sentido cristiano de las vacaciones: no deben ser un tiempo de ociosidad; sí un tiempo oportuno para el descanso, pero sin abandonar el cultivo de la espiritualidad ni la atención a los valores esenciales. Hay dimensiones importantes de la vida que no debemos desatender nunca.
El verano es una oportunidad preciosa para la actividad creativa. Por tanto, nada de pasividad, ni de “matar el tiempo”, olvidándonos de todo…
Siempre he entendido el descanso como apartamiento de lo contingente diario, nunca como días de ocio.
Descanso significa represar: acopiar fuerzas, ideales, planes… En pocas palabras: cambiar de ocupación, para volver después —con nuevos bríos— al quehacer habitual. Nos recuerda S. Josemaría en Forja.
El verano no es un período para la simple exterioridad, sino ocasión para gozar a fondo, pero viviendo en positivo. Es oportunidad para reforzar el sentido de la vida, aprovechando el descanso para tonificar el espíritu, para vivir en profundidad lo que el ajetreo diario no nos permite a lo largo del año.
Y si a esto añadimos “solidaridad”, una de las características de los cristianos, el acierto de estos días será total. Muchos aprovechan el tiempo de las vacaciones para actividades de voluntariado…
Por tanto, meditemos: ¿Cómo vivir las vacaciones en cristiano? ¿Cómo aprovechar el tiempo libre del verano? ¿Cómo proceder para acabar las vacaciones con una psicología verdaderamente reconfortada y renovada? De lo contrario, como dicen los informativos, acabaremos con síndrome postvacacional, necesitando unas vacaciones de las vacaciones