Lectura del santo evangelio según san Mateo 11,28-30
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.
Meditación
Encontrarnos con un texto tan breve y tan bello del Evangelio nos permite ratificar cómo el Señor cumple sus promesas. En pasajes del profeta Isaías y del libro Sirácides se ve el anhelo que estaba presente en la memoria del Pueblo de Dios. La promesa del Mesías que vendría en búsqueda del abatido para darle consuelo, del desalentado para reanimarlo. Así se lanza una invitación: “A ver ustedes que andan con sed ¡vengan a tomar agua! No importa que estén sin plata, vengan no más. Pidan trigo para el consumo, y también vino y leche, sin pagar” (Is 55,1).
Esta manera de hablar de Jesús aviva la memoria y el corazón se alegra. El Señor transformaba la esperanza e invitaba a dar un paso más. Él es manso y humilde de corazón, el sabe acoger y dispensar la ternura.
Hoy también Jesús pide que vayamos a Él; nos hace comprender que el camino de la fe no es la adhesión a una doctrina que haya que aprender, sino el seguimiento a una persona concreta, Jesús de Nazareth que viene a despertar en nosotros la verdadera esperanza; Él ha venido a darnos la vida y a reparar nuestras fuerzas. Podríamos tomar las palabras del salmista como cumplimiento de lo que hace el Señor: «…no olvides sus muchos beneficios, Él, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura, satura de bienes tu existencia, mientras tu juventud se renueva como el águila» (103,1-3).
No olvidemos esta sentida invitación de Jesús: “Venid a mí”. Esta invitación es para todos porque en el camino de la vida, en la cotidianidad es posible experimentar sufrimientos, cansancios y desilusiones. Es posible que algunas veces las cosas no salgan como las esperábamos y que sintamos un yugo tan difícil de llevar; sentir como que no podemos más. Y el camino no es caer en el desespero y la soledad, en la pérdida del sentido de la vida y el encierro. Él nos dice: “ven a mí” y nos promete alivio. Nos habla de encontrar el descanso, de apaciguar el corazón y recobrar nuestras fuerzas; nos da la certeza de su presencia: “no temas ni te acobardes que yo el Señor estaré contigo donde quiera que vayas”. Es verdad que “si el afligido invoca al Señor El lo escucha y lo libra de todas sus ansias”(Salmo 33).
Jesús nos hace otra invitación: “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Quien experimenta el descanso y el consuelo del Señor está llamado, con una actitud de mansedumbre y humildad, a darle alivio a su prójimo. Así lo explica San Pablo: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación» (Corintios1,3-5).