La fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, se celebra en toda la Iglesia el 15 de agosto. Esta fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la asunción de su cuerpo al cielo.
“En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios”. Homilía de Benedicto XVI (2010)
Vale la pena aclarar la diferencia entre asunción de María y ascensión de Jesús. La asunción de María se refiere a que ella fue elevada al cielo por Dios y sus ángeles, es decir, ella por sus propios medios no lo hizo, mientras que Jesús ascendió al cielo por sí mismo, sin ninguna ayuda exterior.
Pero, ¿que significado tiene para nuestra vida de fe que María haya sido asunta al cielo? Ante todo reconocer la grandeza e importancia que la virgen tiene dentro de la Iglesia, por haber participado en el plan redentor y de salvación trazado por Dios. Ella aceptó y asumió el ser la madre del salvador cumpliendo así un papel determinante en la redención de la humanidad.
María como madre de Dios y madre nuestra, no podría haber corrido con mejor suerte que la de haber sido llevada a la gloria del padre para toda la eternidad, no por ser cualquier mujer, sino por lo que representa dentro del plan de salvación y su ejemplo de humildad y servicio.
Nosotros estamos llamados a reflexionar sobre la vida de María y encarnar su ejemplo, de modo que un día podamos gozar de la vida gloriosa en la casa del padre celestial.