Lectura del santo evangelio según san Lucas 7,31-35
En aquel tiempo, dijo el Señor: « ¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: «Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis.» Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores.» Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón.»
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.
Meditación
Un centurión romano en su peregrinación de fe experimenta la autoridad de la Palabra de Jesús que sana a su criado enfermo; la viuda de Naim recibe la compasión del Señor que le devuelve la vida a su hijo y levanta su esperanza. Estos dos episodios se ven contrastados con la actitud de aquellos que se quedaron anclados en sus seguridades, cerrándose a la acción de Dios; la falta de apertura y de compresión a la Buena Nueva que trae Jesús impide que la persona viva un encuentro personal con Aquel que ha venido a salvarnos.
Ante la actitud de no aceptación a la Palabra y a la acción de Jesús, brota un reproche con el que el mismo Señor denuncia la incoherencia de quienes se hacen sus adversarios: “¡Os parecéis a niños que no saben lo que quieren!» El asombro por la actitud negativa de la gente, por las opiniones y juicios errados, por la ceguera de los corazones que no se abrían a la novedad del Evangelio hace que Jesús proponga una comparación que deja ver unos defectos que no sólo afectan la sincera búsqueda de Dios sino que también laceran las relaciones humanas.
Los caprichos que llevan a tener la razón a toda costa, la mala voluntad que encierra la persona en categorías de buenos y malos, y lanza al señalamiento y la incomprensión; las opiniones y juicios mordaces que contaminan a otros y envenenan el interior, son algunas de las cosas que Jesús pone de manifiesto con la comparación del evangelio de hoy.
Detengámonos por un momento ante la Palabra que el Señor nos propone hoy y revisemos la actitud que alimentamos en nuestras relaciones cotidianas. Es cierto, que es más fácil dejar crecer en nosotros la maleza de las incomprensiones que llevan a enjuiciar y hacernos imágenes equivocadas del prójimo hasta el punto del comentario mordaz y falto de caridad. Más exigente y liberadora es la actitud de apertura al otro en la que cabe la posibilidad del encuentro con la novedad que cada ser humano porta.
Aprendamos de Jesús a conservar la paz interior que puede perderse por “el qué dirán” y por las opiniones malintencionadas de los otros; de Jesús hablan y Él continúa su misión con la libertad interior que es alimentada por la coherencia de su vida; Jesús no negocia su proyecto por equivocados respetos humanos o buscando aparecer simpático y favorable para todos. Es dueño de sí mismo y, aunque sufre el veneno mordaz de quienes lo acusaban, permanece en paz porque sabe que no anda como una veleta al vaivén de las opiniones de la gente.
Entonces, podemos aprender del Señor dos actitudes fundamentales: conservar la libertad y la paz interior ante los comentarios y críticas que se levantan contra nosotros y renunciar a toda actitud caprichosa que nos lleve a concebir juicios o señalamientos a nuestro prójimo.