Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 1-6
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy ya sabéis el camino.
Tomás le dice: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? Jesús le responde: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús
Meditación
Después de celebrar con gozo y alabanza la dicha de los bienaventurados que gozan de la presencia eterna de Dios en el Cielo, la Iglesia invita a todos a interesarnos ante el Señor a favor de todos los hermanos que “ nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección”.
La conmemoración que hacemos hoy de todos los fieles difuntos despierta un sinnúmero de sentimientos; pues al hacer memoria de nuestros familiares, amigos y benefactores que han muerto confesamos nuestra esperanza en la resurrección y en la vida eterna. Es la razón que nos mueve a ofrecer la Eucaristía, las plegarias, sacrificios y obras de misericordia por los fieles difuntos, intercediendo ante el Señor para que les conceda purificarse y alcanzar la plenitud de la vida en el Cielo.
Estos actos de caridad que hacemos por los difuntos, la Iglesia los tiene por necesarios; como dice San Gregorio Magno: «Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso ofrecemos misas, oraciones y limosnas por su eterno descanso».
Recordemos que la Iglesia nos invita a hacer conmemoración de los fieles difuntos desde nuestra fe centrada en el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. No es un culto a la muerte como en algunas culturas lo suelen hacer, ni es invocación a los difuntos porque se caería en espiritismo, cosa que reprueba la Palabra de Dios.
La conmemoración de los difuntos tiene un profundo sentido espiritual que encuentra su sustento en las virtudes teologales: la fe como certeza de la vida eterna que el Señor nos ofrece y que ha sido adquirida a precio de su muerte redentora; la esperanza como confianza que nos lanza dar una respuesta generosa y concreta al Señor y la caridad sabiendo que este es el traje de gala para entrar a la eternidad. Desde esta vivencia la tradición cristiana ha tenido en alta estima las oraciones por los difuntos.
El Papa Francisco, siguiendo la Palabra de Dios, nos invita a tener una doble mirada: en primer lugar, la memoria de nuestros seres queridos que se han marchado; en segundo lugar, la mirada del futuro, es decir, del camino que nosotros también recorreremos. Con la certeza, la seguridad; con esa certeza que salió de los labios de Jesús: «Yo le resucitaré el último día (Jn 6, 40)”.
“El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización están en Dios, comenta el Papa Francisco. A Dios le dirigimos esta oración: Dios de infinita misericordia, encomendamos a tu inmensa bondad a cuantos dejaron este mundo por la eternidad, en la que tú esperas a toda la humanidad redimida por la sangre preciosa de Cristo, tu Hijo, muerto en rescate por nuestros pecados”.
No dejemos pasar este día sin hacer una memoria agradecida y confiada de nuestros seres queridos fallecidos ofreciendo como Iglesia peregrina nuestras oraciones por la Iglesia Purgante para que purificados entren a gozar de aquello que anuncia el libro de la Sabiduría: “las manos de los justos están en las manos del Señor y no las alcanzar ningún tormento”.