El pasado dos de noviembre celebrábamos en todas las parroquias de nuestra Unidad Pastoral, junto a toda la Iglesia, la Conmemoración de todos los fieles difuntos. Pero el recuerdo de nuestros antepasados no debiera reducirse a ese día.
Con la visita al cementerio y la oración por nuestros difuntos, especialmente en el mes de noviembre, confesamos nuestra fe en la resurrección de la carne y la vida eterna. Nuestros sufragios por los difuntos son además una confesión explícita de nuestra fe en la Comunión de los Santos, convencidos de que la Iglesia peregrina, triunfante y purgante formamos el único pueblo de Dios.
Todos, vivos y difuntos, estamos espiritualmente unidos por lazos tan invisibles como reales. Todos nos necesitamos y podemos ayudarnos. Por eso, acudimos cada día al Señor y nos encomendamos a los Santos, también encomendamos nuestros quehaceres a la intercesión de las almas del purgatorio, y, a estas, también nosotros podemos ayudar a aligerar su carga y a acortar la espera del abrazo definitivo con Dios, con nuestras oraciones, sacrificios y sufragios, singularmente con el ofrecimiento de la santa Misa.
Como es natural, hemos de encomendar en primer lugar a nuestros seres queridos, familiares, amigos y conocidos, pero también a todas las almas del purgatorio, sobre todo, a aquellas que no tienen quienes recen por ellas o están más necesitadas.
Por la resurrección del Señor, los cristianos sabemos que somos ciudadanos del cielo, que la muerte no es el final, sino el comienzo de una vida más plena, feliz y dichosa, que Dios nuestro Señor tiene reservada a quienes viven con fidelidad su vocación cristiana y mueren en gracia de Dios y en amistad con Él.
De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer sufragios por las almas del Purgatorio, que son una súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de los fieles difuntos, los purifique con el fuego de su caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.
Los sufragios son una expresión cultual de la fe en la Comunión de los Santos. Así, «la Iglesia que peregrina, desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y ofreció sufragios por ellos, «porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados» (2 Mac 12,46)». Estos sufragios son, en primer lugar, la celebración del sacrificio eucarístico, y después, otras expresiones de piedad como oraciones, limosnas, obras de misericordia e indulgencias aplicadas en favor de las almas de los difuntos.
En los últimos tiempos la tradición de ofrecer Misas por nuestros seres queridos ha “bajado” muchísimo. Prácticamente el 100% de las eucaristías que se celebran en nuestros templos carecen de intenciones, olvidándonos de que es una idea piadosa y Santa rezar por los difuntos para que sean librados de sus culpas.
Invitamos a retomar esa devoción pues no hay nada mejor que podamos ofrecer por aquellos que nos han dejado cuanto somos y tenemos.