Estamos acostumbrados a ir por la vida dando por hecho que la gente que está a nuestro lado nos quiere. Cierto, la familia no la escogemos, es la que nos toca, y por ello pensamos que, hagamos lo que hagamos, siempre estará allí para cuidarnos, protegernos o sacarnos de problemas. Los amigos sí los escogemos, a veces son las circunstancias las que provocan el acercamiento con tal o cual persona, otras nosotros nos movemos en busca de personas que compartan nuestros hobbies, inquietudes, modo de vida o pensamiento. También pensamos que estas nos quieren.
Es fácil pensar que si alguien está contigo es porque te quiere. Y es fácil por ello que nos olvidemos que el prójimo no son el Santo Job con su infinita paciencia, ni son perfectos, y sienten, padecen, tienen sus propios problemas y, por atinar un poco más, sus inseguridades. Sí, tú has dado por hecho que ese amigo, ese hermano, ese compañero de fatigas, ese hijo, te quieren, y en general es porque tú también les quieres, pero, ¿se te ha ocurrido decírselo alguna vez?
Hay un estudio (bastante gracioso, no vamos a negarlo) que ponía a un grupo de mujeres en una habitación y les pedían que escribieran a sus maridos al móvil para decirles “Te quiero”. Las respuestas no tardaron en llegar y fueron de este estilo:
• ¿Te ocurre algo?
• ¿Qué has roto esta vez?
• Ummm… ¿qué quieres?
Y la más terrorífica:
• ¿Quién eres?
Detrás de la jocosidad del momento, hay algo muy trágico: estamos tan acostumbrados a dar por hecho que yo quiero a mi pareja y ella me quiere que olvidamos lo importante que es manifestárnoslo. Nunca está de más una caricia, un abrazo, ir de la mano por la calle, y ese “te quiero” que se está perdiendo.
Para el fortalecimiento entre padres e hijos, entre cónyuges, entre nieto y abuelo, entre amigos, es necesario que no olvidemos cuidar unos de otros. Las palabras “gracias”, “perdón” y “te quiero” nunca deberían pasar de moda y en esta sociedad, que se ha vuelto tan materialista y tan pro consumidora del fast-food en las relaciones, aquellos que se aman no deberían olvidar nunca los pequeños gestos de amor diarios. No imagino a San José yéndose a trabajar cada mañana sin despedirse de la Virgen María, no imagino a Jesús siendo borde con sus padres, no concibo a Santa Ana siendo áspera con su Nieto.
Algunos no estarán acostumbrados o quizás han perdido la costumbre de tratar bien a sus semejantes. Somos amables con el cliente que entra en nuestra tienda, o con el desconocido que se nos acerca, pero olvidamos dar los buenos días, las buenas noches y los “te quiero” a familia y amigos. Probadlo, cambiar el “hola” cuando vuestra pareja entra en casa por un “bienvenido”. Veréis qué maravillosa sensación de amor os invade tanto a ti como al otro.
Autor: Susana Rossignoli