El 24 de Noviembre celebraremos la solemnidad de Cristo Rey, fiesta con la que cada año se cierra el Año litúrgico.
¿Qué es el año litúrgico?
Es ese recorrido en la fe que hacemos durante todo el año en torno a la vida y ministerio de Jesucristo. Abarca desde el primer domingo de Adviento hasta la gran solemnidad de Cristo Rey.
Un poco de historia
El Papa Pio XI, el 11 de diciembre de 1925, instituyó la Solemnidad de Cristo Rey con el objetivo de recordar la soberanía universal de Jesucristo y la centralidad de Cristo en la historia. Él es el alfa y el omega, el principio y el fin. De este modo, celebramos que Cristo reina en las personas con su mensaje de amor, de justicia y servicio, y proclamamos que el Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos los hombres. Así, le reconocemos Señor supremo del cielo y de la tierra, de la Iglesia y de nuestras almas.
¿Qué significa para nosotros celebrar la fiesta de Cristo Rey?
Es importante celebrar la fiesta de Cristo Rey. No solo para reconocer que Cristo es Rey de cielos y tierra, sino para permitirle que Él reine en nuestra sociedad, en nuestras familias, en nuestra propia vida, en nuestra mente y corazón. Ahí es desde donde Cristo quiere reinar.
Si Cristo reina en nuestras mentes y corazones, tendremos los mismos senti-mientos y pensamientos de Cristo y, en consecuencia, actuaremos y viviremos como Cristo para así, con Cristo y en Cristo poder ser instrumentos de su gracia y promover su reino en el lugar de trabajo, en el hogar, en la escuela, en la calle y en todo ambiente donde ordinariamente nos desenvolvemos. De este modo, difundiremos con nuestro testimonio el Reino de amor, esperanza, verdad, justicia y paz. Esa paz que tanto necesitamos actualmente en nuestros corazones y en el mundo entero.
Para lograr que Jesús reine en nuestras vidas, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión de la Sagrada Escritura, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teórica.
Al conocer a Cristo, empezaremos a amarlo de manera espontánea, porque Él es todo bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota. Por eso nuestro amor a Él, nos llevará a acercarnos a la Eucaristía, sacramento de amor, donde no sólo descubriremos el amor que Cristo nos tiene, sino el sacramento mediante el cual alimentaremos nuestro amor por Él.
Ese conocimiento y amor a Cristo Rey nos llevará espontáneamente a imitarlo: pensar como Cristo, querer como Cristo y sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo, fruto de ese conocimiento y amor, nuestra fe madura de tal forma que su reino se empieza a encarnar en nuestros corazones. Más aún, ese amor a Cristo que reina en nuestros corazones nos comprometerá a extender su reino a todos los hombres mediante obras concretas de apostolado.
Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.
Fuente: P. Francisco Javier Ramos