Lectura del Evangelio según Mateo 9,35 – 10,1.5-8
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia.
Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. »
Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Yendo proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis ».
Meditación
Un resumen de la actividad apostólica de Jesús y el inicio del “Sermón de la misión” componen el pasaje del evangelio que meditamos hoy. En primer lugar, Jesús recorre las ciudades, enseña, proclama la Buena Nueva del Reino y pasa sanando de toda enfermedad y dolencia. Y en segundo lugar, sintiendo compasión de la gente implica a sus discípulos en su misión.
Estos aspectos centrales de la actividad de Jesús nos enseña cómo él no espera que lo busquen. Sale al encuentro de su pueblo, recorre caminos y valles, cumpliendo lo que profetizó Ezequiel: “He aquí, yo mismo buscaré mis ovejas y velaré por ellas. Como un pastor vela por su rebaño el día que está en medio de sus ovejas dispersas, así yo velaré por mis ovejas y las libraré de todos los lugares adonde fueron dispersadas un día nublado y sombrío.… (Ez 34, 11-12). Hoy también viene a nosotros en la Eucaristía y en los sacramentos, también viene a nosotros en el hermano porque, como él mismo lo dice: “cada vez que lo hiciste con uno de estos mis pequeños hermanos lo hiciste conmigo”. De muchas maneras el Señor sale a nuestro encuentro en nuestra realidad, en nuestra historia personal y comunitaria. Nos busca porque nos ama.
El Señor nos busca para enseñarnos desde la vida; no enseña doctrinas frías y adormecedoras. Hoy hace resonar la Buena noticia del amor de Dios, amor que salva, levanta, restaura, da vida y libertad. Toda la vida de Jesús es una buena noticia. En este tiempo de adviento estamos llamados a dejarnos enseñar por el Señor en el corazón de la Iglesia. Necesitamos renovar en nuestra vida la Buena nueva de la fe que nos ayude a vivir con los criterios de Jesús; necesitamos abrir el oído para no caer en la costumbre del que “hace que escucha” pero tiene dormido el corazón.
Así confirmamos que la acción del Jesús marca la vida de la persona que reconoce su presencia y se deja restaurar. Jesús consuela a la gente, hace despertar la esperanza y alivia el dolor. La compasión del Señor transforma la existencia. En él se cumple lo que dice el salmista: El Señor es mi pastor, nada me falta. En prados de hierba fresca me hace descansar, me conduce junta a aguas tranquilas, y renueva mis fuerzas” (salmo 23).
Es esta compasión la que mueve a Jesús a implicar a sus discípulos en la ardua tarea misionera: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Los discípulos están llamados a compartir la misión desde una verdadera actitud de compasión. La primera forma de participación es la oración porque la obra es suya; es él quien da la fe, quien hace florecer la esperanza y quien mueve a la caridad. Solo así se puede ser fiel a la tarea encomendada por el Señor.
La Iglesia continúa la misión del Señor. Enseña y ofrece la presencia viva de Jesús en la Eucaristía; cura y libera en la Confesión, vivifica con los sacramentos, invita a vivir en comunidad la gracia de Dios y clama al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
Esta noche celebramos las Vísperas de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. La tradición colombiana del alumbrado es una manifestación de amor a la Virgen Madre que nos lleva a Jesús, la Luz del mundo. Participemos en la Eucaristía, oremos el Santo Rosario y encendamos las velas en nuestras casas dando gracias a Dios por darnos en la maternidad de María una muestra significativa de su ternura y compasión. Encendamos las luces esta noche recordando lo que María nos aconseja: “hagan lo que mi Hijo les dice”; así seremos luz para el mundo y viviremos la alegría de caminar en la presencia de Dios.