Tarde te amé, oh Belleza siempre antigua, siempre nueva. Tarde te amé”, dijo San Agustín. Este gran Santo es uno de los 36 doctores de la Iglesia y es patrón de «los que buscan a Dios”.
En la Cerveza Mística de este mes abordamos el tema de la Conversión acercándonos a la figura de Jackes Fesch, un ladrón y asesino confeso, condenado a muerte y ejecutado que se convirtió en la cárcel.
Un proceso de canonización histórico y arriesgado
JACQUES FESCH, LADRÓN Y ASESINO CONVERTIDO EN LA CÁRCEL
Creo que se puede considerar un proceso de Canonización histórico y arriesgado el que ha concluido recientemente, en su fase diocesana, en París. El motivo de considerarlo así es por las circunstancias concretas de la persona a la que se refiere, que no fue ni clérigo ni religioso ni laico muy implicado en las cosas de Dios y de la Iglesia, sino todo lo contrario. Se trata del francés Jacques Fesch, de 27 años, guillotinado en París, en la madrugada del 1º de octubre de 1957, por haber matado a un policía durante un robo. Claro está que por tales méritos no se canoniza a nadie, pero detrás de estos hechos, reales sin duda, hay una persona que en la cárcel se convirtió, reconoció su culpa y buscó la amistad con Dios.
Lo de arriesgado va porque según la praxis de la Congregación para las Causas de los Santos, en el Vaticano, tomada a su vez de la doctrina de Benedicto XIV, el gran maestro de este tipo de Causas, para probar la heroicidad de virtudes de un adulto hace falta probar su ejercicio virtuoso extraordinario en los diez últimos años de su vida. Lo cual en el caso que nos ocupa sería totalmente imposible y más bien la cosa se reduce a un par de años. Ciertamente la norma que da Benedicto XIV no se lleva a rajatabla, se mira cada caso concreto, por lo que la pregunta es ¿Fue la conversión de Jacques Fesch tan fuerte y arrolladora que se pueda considerar un ejemplo de virtudes para el pueblo de Dios? Eso ahora está en manos de los teólogos del Vaticano. Conociendo bien a dichos teólogos -a la mayoría personalmente- me parece que la cosa no va a ser fácil. Aunque tampoco parece imposible.
Hijo del director de un banco que apenas se ocupaba de sus hijos, su padre era de origen belga, artista y ateo, distante de su hijo e infiel a su esposa, de quien en última instancia se divorció. Jacques, su hijo, era un ocioso; educado como católico, abandonó la religión a la edad de 17 años. A los 21 años, se casó con su novia embarazada, Pierrette, en una ceremonia civil. El padre de ella le consiguió un puesto en su banco, viviendo la vida de un playboy. Dejó a su esposa y su hija y fue padre de un hijo ilegítimo con otra mujer. Desilusionado con su vida, soñaba con escapar a navegar alrededor del Pacífico Sur, pero sus padres se negaron a pagarle un barco.
El crimen ocurrió el 25 de febrero de 1954: Para financiar la compra de su barco, fue a robar a Alexandre Sylberstein, un cambista, unas monedas de oro. Sylberstein fue golpeado, pero aún consciente, logró dar la alarma. Fesch huyó, perdiendo sus gafas. Durante la huida disparó contra Jean Vergne, un oficial de policía que le perseguía, matándole. Minutos más tarde fue detenido. Asesinar a un oficial de policía era un crimen atroz y la opinión pública, inflamada por los informes de prensa, se manifestó decididamente a favor de su ejecución. La Cour d’Assises de París lo condenó a muerte el 6 de abril de 1957.
Al principio a Fesch le era indiferente su situación y se burló de la fe católica de su abogado. Pasó tres años y medio preso en un pabellón de máxima seguridad y en ese tiempo, vivió una profunda transformación espiritual, que se evidenció en sus diálogos y su conducta y quedó registrada en el diario que escribió hasta horas antes de morir.
Un año después de estar en prisión, escribió a su pequeña hija: “Hace tres días que he recuperado la fe… Por segunda vez en mi vida caen las escamas de mis ojos y percibo la misericordia de Dios». Inició entonces un itinerario espiritual que puede seguirse por sus cartas, con una encendida devoción a la Virgen María y un especial afecto por Santa Teresita del Niño Jesús. En la cárcel buscó mejorar su relación con su mujer y su padre, y acercarlos a la fe. Un mes antes de morir, escribió: “El Señor sigue colmándome de dones y siento mi corazón desbordante de amor, y los labios de acciones de gracias».
Fue dos meses antes de su muerte, cuando comenzó a escribir este diario espiritual, dirigido a su hija, en el que narra su fulgurante conversión en la cárcel, después de una juventud despreocupada. Fue entre las rejas cuando se produjo su acercamiento a Dios y escribió sobre el consuelo y la alegría que recibía en la oración, pero también cuenta sus momentos de angustia ante la cercanía de la muerte.
Las páginas de Fesch son un relato de su arrepentimiento, pero también un ejemplo de fe y de esperanza en la misericordia divina. Ahora que la pena de muerte está en retroceso en el mundo, “Dentro de cinco horas veré a Jesús” constituye una muestra de los profundos cambios que puede experimentar un hombre. También revela que, incluso ante la perspectiva de la guillotina, la fe ayuda a no perder la esperanza de lo esencial: “un mal cuarto de hora ante toda la eternidad», dice Fesch..
“Es necesario rezar sin cesar», “no tengo miedo de morir sino miedo de no morir cristianamente», “la vida es, a pesar de todo, una gran bendición», fue escribiendo Fesch en su diario, a medida que se aproximaba el día de la ejecución. El mismo día de la ejecución escribía: “El corazón salta de mi pecho. Virgen Santísima, ten piedad de mí. Sin embargo, creo que con un poco de voluntad llegaré a superar esta angustia, pero ¡cuánto sufro de todos modos! (…) Creo que voy a interrumpir este diario, pues oigo unos ruidos inquietantes. ¡Con tal de que resista el golpe…! Ayúdame, Virgen Santísima. Adiós a todos y que el Señor os bendiga”.
En 1993, el arzobispo de París, cardenal Jean-Marie Lustiger, expresó al diario Le Figaro su intención de comenzar proceso de Canonización. “Espero -dijo- que Jacques Fesch sea considerado un día como ejemplo de santidad.” Dios no canoniza el pecado, precisó, sino el arrepentimiento, así “nadie puede sentirse excluido de su amor». Dicho proceso comenzó en la diócesis parisina y, como hemos dicho, camina a buen ritmo, ya ha llegado a Roma. El 2 de diciembre de 2009, Monique, la hermana de Jacques, acompañada del biógrafo Ruggiero Francavilla, mostró a Benedicto XVI las cartas que su hermano escribió en la cárcel. “Yo fui su madrina de bautismo y visitándole en la cárcel, seguí de cerca su extraordinaria conversión», explicó Monique, ocho años mayor que Jacques.
El testimonio de arrepentimiento y conversión de este joven criminal es sin duda hermoso, consecuencia de la infinita misericordia de Dios, que busca con amor a la oveja descarriada. Por otro lado, como doctores tiene la Iglesia, si Jacques Fesch merece o no llegar a los altares, ellos lo dirán.
Alberto Royo Mejía, sacerdote de la diócesis de Getafe (Madrid.