Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 4,21-25
Les decía también: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga.» Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.»
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.
Meditación
Ser lámparas que iluminen con la luz que recibimos del Señor, es la invitación. El Señor es la luz que guía nuestros pasos y confía que el testimonio de nuestras vidas haga resplandecer la vida de Dios en nosotros, como decía santa Catalina de Siena: “si eres lo que debes ser, prenderás fuego al mundo entero”. Irradiar la luz de Cristo con la coherencia de nuestra vida, caminar firmes y poner en todo la medida de la caridad.
Dice el Papa Francisco: “Creer en Cristo por tanto, es aceptar en nosotros su luz y a la vez comunicar con nuestras palabras y nuestras obras esa misma luz a toda la humanidad que anda a oscuras. Por eso cabría preguntarnos si somos nosotros luz que ilumina a los demás con nuestro testimonio en saber escuchar a los demás, en perdonarles cuando nos han ofendido, en prestarles nuestra ayuda cuando lo necesiten, o por el contrario somos malos conductores de la luz de Cristo”.
Recordemos que ayer recibíamos la invitación a ser tierra dispuesta para que la semilla de la Palabra de Dios germine, crezca y dé fruto abundante. Cuando acogemos la Palabra de Dios y la enlazamos la vida se ilumina nuestra existencia; adquirimos discernimiento, sabiduría y fortaleza, comprendemos los criterios de Jesús y nos adherimos al proyecto del Reino. Se cumple, entonces, lo que dice el salmo 118: “lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero”.
La experiencia de fe no es algo intimista o reducido a lo privado; la vida cristiana no se puede esconder porque debemos transparentar la gracia que hemos recibido. La conciencia de lo que Dios ha hecho en nuestra vida merece ser apreciada por los demás; sería contradictorio profesar con nuestros labios que creemos en el Señor y que nuestro comportamiento no sea el de un auténtico hijo de Dios; que brille la luz del testimonio de nuestra fe. No nos avergoncemos de confesar lo que somos y a quien servimos: “la luz no se debe esconder”.
Hoy podemos pedirle al Señor que nos dé sabiduría y valor para optar con plena libertad y voluntad por el camino que él nos propone; pidámosle que nos ayude a apartarnos de la soberbia, del orgullo, del egoísmo, de la indiferencia y de la falta de caridad. Así podremos perseverar en el camino de la luz y la verdad.