El pasado fin de semana celebrábamos el día de la Vida Consagrada. Poníamos la guinda a todos esos momentos en los que -a lo largo del año y en las diferentes celebraciones- pedimos por las vocaciones. Momento destacado de cada semana es la exposición pues específicamente nos reunimos con esa intención: pedir al Señor muchos y santos sacerdotes y, por extensión, vocaciones a la vida consagrada.
Con frecuencia, tal vez más en estos últimos tiempos, nos invitan en las iglesias a rezar por las vocaciones. En la nuestra, cada día en la oración de los fieles, incluimos una plegaria por las vocaciones.
Pero ¿Para qué sirve hacer oración por las vocaciones? Benedicto XVI se encargó de dejarlo muy claro:
«Todos los bautizados están llamados a contribuir en la obra de la salvación. Ahora bien, en la Iglesia hay algunas vocaciones especialmente dedicadas al servicio de la comunión. El primer responsable de la comunión católica es el Papa, sucesor de Pedro y obispo de Roma; con él son también custodios y maestros de unidad los obispos, sucesores de los apóstoles, ayudados por los presbíteros. Pero también están al servicio de la comunión las personas consagradas y todos los fieles».
Como sea tu vida y tu ministerio, así será tu iglesia, nuestra iglesia, que edifica el cuerpo de Cristo (Cf. Ef 4, 12)
Y lo pedimos ante Jesús Eucaristía pues sabemos que de la contemplación y comunión del Cuerpo y de la Sangre del Señor surge el compromiso del cristiano y de ahí se fortalece. Adorar a Jesús Eucaristía nos lleva a ser contemplativos en la acción y activos en la contemplación.
Con la adoración al Santísimo fortalezcamos nuestra espiritualidad eucarística y misionera a través de la formación y la oración, favorezcamos la vinculación de las diversas acciones pastorales de la parroquia y nos da la fuerza para salir por medio del apostolado al encuentro de las familias, de las nuevas generaciones y de las periferias existenciales