Del santo Evangelio según Marcos 8,11-13
Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole un signo del cielo, con el fin de ponerle a prueba. Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: «¿Por qué esta generación pide un signo? Yo os aseguro: no se dará a esta generación ningún signo.» Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta.
Palabra del Señor. Gloria a TI, Señor Jesús.
Los fariseos no comprendieron el signo de la multiplicación de los panes con el que se sació la multitud y pidieron un signo del cielo, buscando ser piedra de tropiezo para Jesús. La respuesta del Señor se hace un camino del que podemos aprender: “suspira profundamente”, no se deja provocar y abre camino hacia la otra orilla del lago.
Ya Jesús había prevenido a sus discípulos de la “levadura de los fariseos” que se iba abriendo paso en la mentalidad y en la vida de muchas personas; actitudes que hacían perder la capacidad de analizar los acontecimientos con objetividad y actitudes que cerraban el corazón a la novedad del anuncio del Reino, a través de las “seguridades” fundadas en soberbias; actitudes de desprecio y exclusión que acomodaban a Dios a sus tradiciones impidiendo la comprensión de la misericordia y la compasión. Jesús se encontró con una mentalidad que corrompía la fraternidad, que marginaba a los pequeños; una mentalidad rígida en “nombre de Dios” que cegaba la razón y el corazón.
Los fariseos no participan de la alegría y la esperanza de la gente, ellos están ahí para acusar y condenar; ellos piden signos no porque la visión de la fe y la vida se haya renovado, les incomoda el bien que se obra en la multitud. La petición de un signo, pretende poner a prueba a Jesús; se hacen tentación, juegan sucio y solo se mueven por sus intereses. Pero Jesús no negocia con ellos; manifiesta un suspiro profundo de dolor, tristeza e impotencia, pero su seguridad en Dios y en la esencia de su misión lo lleva a ampliar su visión.
Cuánto podemos aprender de este pasaje y aplicarlo a nuestra vida personal, familiar, laboral, en fin a nuestro “ser relacional”. En primer lugar, vivamos la experiencia de la cercanía y del encuentro con sinceridad y profundo respeto, valorando el don de cada persona. Es el cambio de mentalidad que no permite que florezcan en el corazón actitudes y sentimientos que causen un daño al otro y que corrompan nuestro interior. En segundo lugar, podemos aprender a vivir con apertura a la gracia de Dios que continuamente está obrando. No se trata de estar pidiendo signos y señales que prueben la voluntad de Dios, mejor, curarnos de las cegueras espirituales y emocionales para ver con claridad el paso del Señor por nuestra vida; tantos signos de la bondad y la fidelidad de Dios en nuestra cotidianidad para vivirlos en actitud de gratitud y compromiso. Pidamos una mentalidad asertiva que insista en lo bueno, liberándonos del pesimismo, la rivalidad y la ingratitud. En tercer lugar, aprendamos de las reacciones de Jesús. Todos podemos pasar por incomprensiones, por desaires y juzgamientos. Y entonces, ¿renunciamos a nuestros sueños? ¿Nos sumamos a un ambiente reactivo que corrompe los ambientes en donde nos movemos? La libertad interior de Jesús le permite no ser reactivo; aprendamos el poder del suspiro profundo que nos confirma el ser dueños de nuestras respuestas, el suspiro profundo que no deja entrar el veneno que corrompe el corazón, el suspiro profundo que nos hace avanzar. Jesús va a la otra orilla y continúa la misión; también nosotros abrámonos paso y sigamos cultivando una mentalidad nueva que edifique, acepte al otro y nos confirme en el bien.