Confesar, como decía el recordado cardenal Martini, es un sacramento fundamental, aunque ahora está a la baja. Cada vez son menos las personas que lo practican y se ha convertido en algo casi mecánico: se confiesa el pecado, se recibe el perdón, se recita alguna oración y termina todo.
Hay que devolver a la confesión su esencia sacramental: arrepentimiento y gracia, una relación constante con el confesor, una dirección espiritual. Lo importante del sacramento es hablar «de corazón a corazón», dándole más importancia a la voluntad de cambio, y no tanto a decir «toda la retahíla de pecados». Y lo cierto es que nos confesamos poco, aunque, muchas veces, pueden ser los propios sacerdotes los que no dan facilidades para hacerlo, viendo cómo mucha gente va a comulgar, pero no hay sacerdotes para confesar. Se ha perdido el sentimiento de culpa y pasamos de una época en la que todo se era pecado a otra en la que nada nos hace culpables; hay justificación para todo lo que hacemos sin preguntarnos nunca por la justificación moral de nuestros actos.
Debemos dar a la confesión su verdadera importancia o se convierte en algo superficial. La intervención de Jesús frente al pecado no exige acusaciones, sino que perdona, motiva y orienta gratuitamente. Son actitudes fundamentales sin que haya que suprimir el pertinente consejo del confesor, y esas actitudes son las que hay que provocar, ayudar y consolidar, sin centrarse en la «lista de pecados». La formación moral de la persona hay que darla fuera del sacramento.
El tiempo más oportuno para satisfacer el precepto de la confesión anual es la Cuaresma, según el uso introducido y aprobado de toda la Iglesia. En nuestra parroquia Tenemos la oportunidad de confesar todos los domingos desde las 11:o hh. hasta las 13:00 hh. o a diario antes y después de misa de 19:00 hh.
Cfr. J. Vilumbrales