El Concilio Vaticano II en el año 1965 dirigió un mensaje a las mujeres en el que afirmaba La Iglesia está orgullosa de ellas por haber elevado y liberado a la mujer, y haber hecho resplandecer, en el curso de los siglos, dentro de la diversidad de los caracteres, su innata igualdad con el hombre. Y les encomendaba una tarea:
“Mujeres del universo todo, cristianas o no creyentes, a quienes os está confiada la vida en este momento tan grave de la historia, a vosotras toca salvar la paz del mundo.”
Han pasado más de 50 años y este mensaje sigue de plena actualidad. La mujer con su vocación y dignidad propias tiene un gran papel en la historia del mundo y de la Iglesia.
El Papa Francisco afirma que es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Las mujeres están formulando cuestiones profundas que debemos afrontar. La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que ésta desempeña pues es imprescindible.
Es una materia pendiente para el tercer milenio pero no es una novedad, ha sido así desde el principio pues no se puede hablar de Iglesia si no está presente Maria, la Madre del Señor
Ante este 8 de marzo, permítanme terminar con unas palabras del recordado
San Juan PABLO II:
“Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas».
(Carta a las mujeresCarta del Papa Juan Pablo II , 1995,