Lo cierto es que he ido encontrándome a lo largo de mi vida con gran variedad de situaciones que, “sin saber por qué”, me han traído a mi situación actual.
Cada vez más cerca de la jubilación, con la idea generalizada de que hay que ir pensando en descansar, y hete aquí que “misteriosamente” me veo llamado por mi nombre para progresar en el compromiso personal del servicio a los demás en la Iglesia.
No es una cuestión que me haya surgido de hoy para mañana. La primera vez fue en torno a los últimos años de colegio. Por aquel entonces me sentí llamado a ser un laico comprometido a través de – entre otras cosas- mi profesión de psicólogo.
Pasados los años mi formación se fue enriqueciendo con diversos estudios en teología y con el ejercicio de la enseñanza de la Religión Católica en el instituto.
Y llegamos, dando un enorme salto, a unos meses atrás. Antes incluso de un gran –y triste- cambio en mi vida familiar, Dios quiso que empezara a preguntarme por el diaconado. Así que cuando D. José Carlos me lo sugirió, mi respuesta fue inmediata. ¡sí quiero!.
En este sí quiero, se recoge mi firme voluntad de responder a una apelación, insisto, totalmente misteriosa para mí. Por lo que lo asumo con alegría, inseguridad, esperanza, confianza…y amor.
Claro está que sin que esto se produjera en esta parroquia que no es un seminario propiamente dicho, pero sí un semillero de vocaciones de todo tipo, no tendrían sentido muchas cosas. Se da la circunstancia de que estoy “por aquí” desde hace unos cuarenta años: aquí canté, dí mis primeras charlas catequéticas, conocí mejor a quien sería mi querida esposa… y ahora me acoge como aprendiz de diácono y de casi todo.
Para quien se pueda extrañar: si se llevan años cerca de Dios, cada vez se quiere estar más cerca de Él para “recibir instrucciones y seguirle”.
Agustin Pérez: Candidato al Diaconado Permanente
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