Ante el espejo de Migrantes y Refugiados
Queridos diocesanos:
El próximo domingo, día 27 de septiembre, celebramos la Jornada Mundial de los Migrantes y Refugiados. El lema que nos propone el Papa es: “Como Jesucristo, obligados a huir”, recordando que la Sagrada Familia tuvo que huir a Egipto porque Herodes buscaba al niño para matarlo (cf. Mt 2,13).
Migrantes y refugiados, hoy
El árbol de la pandemia del coronavirus que tanto nos está afectando, puede dificultarnos ver el espeso bosque de esta dura realidad de los migrantes y refugiados por causa de las guerras, el hambre y la intolerancia política, religiosa y cultural. Tal vez la pandemia nos tiene ensimismados, recluidos en el miedo, y no seamos capaces de mirar a nuestro alrededor. Sin embargo en el día a día no son pocos los que llaman a nuestras puertas, y las noticias de la prensa, de la radio, de la televisión y de otros medios telemáticos nos sitúan ante situaciones humanas verdaderamente dramáticas, difícilmente imaginables. Pensemos un momento lo que ha supuesto el incendio del campamento en el campo Moria (Grecia), dejando a miles de personas a la intemperie, y nunca mejor dicho.
Es posible que en el intento de esquivar la realidad, gastemos el tiempo y las energías en preguntarnos de quién es la culpa de que estas personas estén sufriendo esta situación inhumana. También los discípulos de Jesús, ante el ciego de nacimiento, preguntan: “Maestro ¿quién pecó: este o sus padres, para que naciera ciego?” (Jn 9,2). Es buscar la causa en los demás para eludir nuestra propia responsabilidad. Se diría que, gustándonos tener el control sobre todo, nos sentimos impotentes y perdidos ante las desgracias que nos sobrevienen. Necesitamos poner rostro al sufrimiento. Deberíamos reflexionar acerca de nuestras reacciones viendo que tales realidades parecen cuestionar nuestras convicciones sólo cuando las vivimos de cerca, mientras que nos dejan relativamente tranquilos cuando suceden a miles de kilómetros de nuestro entorno. Damos la impresión de que la fragilidad y la precariedad de la existencia son circunstancias que consideramos por descontadas en los países “pobres”, pero retan a nuestras creencias cuando afectan a los países “ricos”. La llamada es a comportarnos humanitariamente con quien padece, no tanto a sentirnos como más seguros y menos amenazados si podemos descubrir que a nosotros no nos va a pasar. Formamos parte de la humanidad y nada que afecte a los demás nos puede ser ajeno. No hacer nada porque no podemos solucionarlo todo, no sería lo adecuado. El prójimo es aquel de quien cada uno es responsable: “no se puede construir lo propio sin velar por el prójimo”, en quien el hombre no ha de ver la alternativa a su voluntad de poder sino a quien tiene que proveer.
¿Qué hacer?
El Papa nos habla de unos verbos que deberíamos conjugar en la gramática de nuestra situación actual: Acoger, proteger, promover e integrar a las personas desplazadas también dentro de nuestra sociedad, concienciándonos de lo que acontece en la vida de cada día. Si queremos servir, hemos de hacernos prójimos, si queremos crecer hay que compartir, si queremos construir hay que colaborar[1]. ¿Hemos pensado que en esas circunstancias podíamos estar tú y yo? Lo que nos gustaría que hicieran con nosotros, hemos de hacerlo nosotros con los demás. El nuevo orden mundial que soñamos sería una realidad si lo fundamentáramos en este precepto: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 36-39).
A veces se oyen apreciaciones sesgadas sobre los migrantes y refugiados, indicando que algunos de ellos forman guetos y que otros no se integran en la sociedad, ignorando la cultura del lugar que les ha recibido. Pero, ¿cuál es la actitud de quienes nos decimos cristianos? ¿No es posible que nuestra indiferencia contribuya a que estas personas sientan como ajeno un pueblo cuya acogida no se identifica con la que promueve el Evangelio? Sólo un adecuado acompañamiento les llevará a encontrar la ayuda material que necesitan, junto con la paz, la sabiduría y la posibilidad de aportar lo mejor de ellos mismos a su nuevo entorno. Necesitamos vivir con gozo, coherencia y profundidad nuestra propia fe, que se ha hecho cultura allí donde hemos nacido, para saber recibir con respeto y comprensión a quien ha tenido que salir de su tierra. La Iglesia representa a una embarcación que navega hacia la ciudadanía de los santos, dispuesta a rescatar y dar cobijo a quienes hayan naufragado en la vida por cualquier causa. Ella mejor que nadie, encarnada en todo tipo de lugares y culturas, sabe cuán enriquecedor resulta, junto a la solidaridad, el intercambio fraterno de experiencias y puntos de vista.
Compromiso diocesano
Agradezco la labor de Caritas en el quehacer caritativo-social. La doctrina de la Iglesia nos orienta para trabajar en el objetivo de la armonía social, abriendo espacios de cooperación no sólo económica, sino también religiosa y cultural, si de verdad queremos lograr una convivencia justa y pacífica. ¡Mirémonos en el espejo de los migrantes y refugiados para darnos cuenta de lo que pueden necesitar y de lo que podemos ofrecer! ¡Acompañémosles también con nuestra oración!
Os saluda con afecto y bendice en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
[1] FRANCISCO, Mensaje para la 106 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2020.