Indiferencia y olvido
Queridos diocesanos:
Hemos de construir la historia verdaderamente humana a través de la solidaridad y la fraternidad. El mes de febrero nos recuerda a través de Manos Unidas que son muchas las personas que incomprensiblemente pasan hambre en nuestro mundo. Mil trescientos millones viven en situación de pobreza a los que previsiblemente haya que añadir quinientos millones más por los efectos de la pandemia Covid 19. Comprobamos que la pobreza, la desigualdad y el hambre se globalizan y constatamos que no hay vacuna para remediar esta situación. La pobreza no es fruto de la fatalidad ni son culpables los pobres como a veces se argumenta.
Transformar la realidad
El lema de la campaña de este año nos interpela hondamente: “Nuestra indiferencia los condena al olvido”. En estos tiempos de pandemia nos hemos habituado a posponer o a suprimir proyectos que estaban programados. Hemos de mirar atentamente la realidad que nos toca vivir, superando la indiferencia que siempre la desdibuja y la coloca en el trastero de lo viejo. Nuestra preocupación pastoral debe ser transformarla con creatividad, escuchando, viendo y actuando. Nos preguntamos ¿qué nos dice el Señor del tiempo y de la historia, el Alfa y el Omega, a quienes peregrinan en esta tribulación?[1] También como al evangelista San Juan se nos responde hoy: “No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y del abismo” (Ap 1,17-18). “Mira, hago nuevas todas las cosas… Estas palabras son fieles y verdaderas” (Ap 21,5).
Servir a las personas
No estamos llamados a servir ideologías sino a personas. Nada que afecte a los demás nos puede ser ajeno. Ante los dramas de las personas y de sus miserias la respuesta es vivir la fraternidad, la solidaridad y la amistad con los más desfavorecidos. Está prohibida la indiferencia: “No es posible construir un mundo diferente con gente indiferente”. La justicia y la caridad nunca deben mirar hacia atrás, sino hacia adelante, mientras las miserias presentes y futuras a los que hay que atender nos desbordan. Es relativamente fácil hacer estadísticas pero para transformar la realidad hay que comprometerse desde el amor a los pobres, acercándonos a ellos, y desde ese conocimiento buscar soluciones concretas a su lamentable situación. “En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en la opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados. ¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma dignidad humana?”[2].
Otro aspecto que debería hacernos reflexionar acerca de nuestras reacciones es que tales realidades parecen cuestionar nuestras convicciones sólo cuando las vivimos de cerca, mientras que nos dejan intelectualmente tranquilos cuando suceden a miles de kilómetros de nuestras sociedades modernas. Como si la fragilidad y la precariedad de la existencia fuesen circunstancias que damos por descontadas en los países “pobres”, pero retan a nuestras creencias cuando nos afectan a los países “ricos”.
Ser portadores de esperanzas
“Todavía, escribe el Papa Francisco, estamos lejos de una globalización de los derechos humanos más básicos. Por eso, la política mundial no puede dejar de colocar entre sus objetivos principales e imperiosos el de acabar eficazmente con el hambre. Porque cuando la especulación financiera condiciona el precio de los alimentos tratándolos como a cualquier mercancía, millones de personas sufren y mueren de hambre. Por otra parte, se desechan toneladas de alimentos. Esto constituye un verdadero escándalo. El hambre es criminal, la alimentación es un derecho inalienable”[3]. Nos recuerda que “la esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal… para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza”[4]. La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad[5]. En medio de tantas precauciones para evitar los contagios de la pandemia del coronavirus, la campaña de Manos Unidas nos pide contagiar la solidaridad para acabar con el hambre. Esto conlleva la renuncia personal para favorecer el bien colectivo. Así se nos recuerda que “los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás”[6].
Os saluda con afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
[1] Cf. Capítulos 2 y 3, 21 y 22 del Libro del Apocalipsis.
[2] FRANCISCO, Fratelli tutti, 22.
[3] Ibid., 189.
[4] Ibid., 55.
[5] Cf. Ibid., 47.
[6] FRANCISCO, Evangelii gaudium, 190.