“Sigamos construyendo juntos. El Espíritu Santo nos necesita”
Queridos diocesanos:
En continuidad con el mensaje del pasado año y en el contexto sinodal en el que, invitados por el papa Francisco para preparar el Sínodo de los Obispos (2023), nos encontramos, se nos invita a seguir construyendo juntos con la fuerza del Espíritu Santo una Iglesia en salida para anunciar con alegría el Evangelio y ser comunicadores de esperanza, recordando que todos los bautizados hemos de sentirnos protagonistas de la misión que se nos ha confiado en la Iglesia y en el mundo (cf. LG 31). No podemos olvidar el papel fundamental del laicado en la corresponsabilidad y en la misión evangelizadora de la Iglesia.
Después de la Resurrección el Señor confirió a los apóstoles la misión de anunciar el Evangelio con todas las consecuencias. Hubo dificultades desde el principio pero Pedro ante la prohibición de predicar dirá: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” y no les atemoriza ni les abate. No les asusta ser ultrajados con tal de cumplir la misión encomendada. Predicar el Evangelio desemboca en la práctica del culto. Conocer que Cristo ha muerto y resucitado por nuestra salvación ha de llevarnos a adherirnos a Él como nuestro Señor.
En esta Jornada recordamos nuevamente esta consideración del papa Francisco: “He aquí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente… Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia adelante. ¿Qué importante es soñar juntos… Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos”[1]. “Sigamos construyendo juntos. Sigamos creyendo que los sueños se construyen juntos, desde la fraternidad, la comunión eclesial. La sinodalidad consiste en ir creando un “nosotros” eclesial, compartido, es decir, que todos sintamos como propia la biografía de la Iglesia”[2]. La vocación cristiana es por su propia naturaleza vocación apostólica, misionera, evangelizadora.
Tres actitudes configuran la identidad cristiana y apostólica del discípulo de Cristo: una inquietud profunda y humilde para sintonizar con Cristo, la fidelidad a su persona y la obediencia a la acción iluminadora y santificadora del Espíritu, y la humilde intrepidez para aceptar el honor de la repulsa o de la acogida que el hombre libremente ha de hacer siempre de Cristo, signo de contradicción frente al misterio insondable de la libertad humana. En nuestro peregrinar apostólico hemos de recordar que hemos sido elegidos en Cristo, amados con Cristo y enviados como Cristo en nuestro Bautismo (cf. Jn 3,3; 5-7). “No podemos obviar el sacramento del Bautismo, porque aquí se encuentra la base para una nueva concepción del laico en la Iglesia, como miembro de pleno derecho”[3]. Elegidos como fruto gratuito de una absoluta y amorosa iniciativa del Padre, los cristianos son como una prolongación viviente de Cristo; amados, son como seres transferidos al Reino del Hijo de su Amor hasta que el mismo Cristo habite por la fe en nuestros corazones (Ef 3,17); enviados, son como testigos vivientes de Cristo para dar fruto y que el fruto permanezca. Sin conciencia de ser elegidos se manifiesta la radical crisis cristiana, sin conciencia de ser amados emerge la irresponsabilidad de la propia identidad ante Dios y ante Cristo, sin conciencia de ser enviados se reduce el cristianismo a puro convencionalismo social o religioso. En este momento caracterizado por cambios imprevisibles que están afectando a la Iglesia, “el esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad”[4].
Necesitamos la fuerza del Espíritu Santo, “garante de la comunión, de la unidad que no es igual a uniformidad, sino que se expresa en la diversidad que nos conduce a la complementariedad”[5]. El papa Francisco nos dice: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una simple administración… Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un estado permanente de misión”[6]. La sinodalidad nos interpela a estar en el corazón del mundo asumiendo el compromiso en la vida pública, conscientes de que “la Iglesia no pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como hogar entre los hogares, abierto para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección”[7].
¡Que el Espíritu Santo nos ilumine en la tarea evangelizadora y revitalice el Apostolado Seglar y la Acción Católica! Os saluda con afecto y bendice en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
[1] FRANCISCO, Fratelli tutti, 8.
[2] Mensaje de los Obispos. Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, 2022.
[3] Ibid.
[4] PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, nº 1.
[5] Mensaje…
[6] FRANCISCO, Evangelii gaudium, 25.
[7] FREANCISCO, Fratelli tutti, 276.