Durante este tiempo de Cuaresma la Iglesia nos propone algunos caminos necesarios para preparar nuestro corazón a la Pascua y son especialmente tres: el ayuno, la oración y la limosna.
La oración nos vuelve a Dios, el ayuno nos libera de una excesiva cautividad del mundo, la limosna nos vuelve más al prójimo.
Podemos elevar nuestro espíritu a Dios mediante seis formas de oración
La Bendición: la bendición es la respuesta del hombre a sus dones. Esta oración puede darse de dos formas: o bien nosotros bendeci- mos a Dios; o bien imploramos que Él nos ben- diga. Todo cristiano debe pedir la bendición de Dios para sí mismo y para otras personas (Nm. 6, 24). Los padres pueden trazar sobre la frente de sus hijos la señal de la cruz. Las personas que se aman pueden bendecirse. El sacerdote también bendice en el nombre de Jesús y por encargo de la Iglesia.
La Adoración: es la actitud humilde de toda persona que entiende que es criatura de Dios Todopoderoso. Reconocemos y exaltamos la grandeza del Señor, que nos ha creado y nos ama; y del Salvador, que nos libera del mal, del pecado y de la muerte. Consiste en ofrecerle a Él todo nuestro ser.
La Petición: Dios, que nos ha creado y nos conoce, sabe lo que necesitamos, pero quiere que le pidamos, que en nuestras necesidades acudamos a Él, que le gritemos, que le supli- quemos, que nos quejemos, que le pidamos perdón… El Espíritu Santo nos ayuda a pedirle, “pues nosotros no sabemos pedir como convie- ne” (Rm. 8, 26).
De intercesión, en favor de otros: Abraham intercedió en favor de Sodoma, Jesús oró por sus discípulos, y los primeros cristianos busca- ban “el interés de los demás” (Flp. 2, 4). También nosotros pedimos siempre por todos; por las personas que son importantes para nosotros, por personas que no conocemos e incluso por nuestros enemigos.
De acción de gracias: todo lo que somos y tenemos viene de Dios. Darle gracias por ello nos hace felices, es lo que Él quiere: “en todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros” (1 Tes. 5, 18). La mayor oración de acción de gracias es la Eucaristía. aDe alabanza: es la forma de orar que reconoce de manera más directa que Dios es Dios. Él no necesita de ningún aplauso, pero nosotros si que necesitamos alabarle y darle gloria, no por lo que hace, sino por lo que es.
En su Mensaje de Cuaresma del pasado año el Papa Francisco nos invita a orar sin caer en el desánimo:
“¡No nos cansemos!
No nos cansemos de orar. Jesús nos ha enseñado que es necesario «orar siempre sin desanimarse» ( Lc 18,1). Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una ilusión peligrosa. Que la Cuaresma nos permita ahora experimentar el consuelo de la fe en Dios, sin el cual no podemos tener estabilidad (cf. Is 7,9). Nadie se salva solo, porque estamos todos en la misma barca en medio de las tempes- tades de la historia [2]; pero, sobre todo, nadie se salva sin Dios, porque sólo el misterio pascual de Jesucristo nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte. La fe no nos exime de las tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo, con la gran esperanza que no defrauda y cuya prenda es el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (cf. Rm 5,1-5).
No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal que la Iglesia nos pide en Cuaresma fortalezca nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar. No nos can- semos de luchar contra la concupiscencia, esa fragilidad que nos impulsa hacia el egoísmo y a toda clase de mal, y que a lo largo de los siglos ha en- contrado modos distintos para hundir al hombre en el pecado”.