El tiempo litúrgico de Cuaresma propicia la práctica piadosa del rezo del Vía Crucis. Es una manera muy fructífera de preparar el alma, día tras día, al encuentro con el Señor en la trágica y gloriosa Semana Santa.
El Vía Crucis es memoria, pero también contemplación del rostro doliente del Señor. Al rezarlo, recordamos con amor y agradecimiento lo mucho que Jesús sufrió por salvarnos del pecado.
Al recorrer con la Iglesia cada uno de estos misterios dolorosos, sentimos que el dolor es un gran misterio.
La atracción de Cristo crucificado ha sido puesta de relieve por el Papa San Juan Pablo II : “Cristo atrae desde la Cruz con la fuerza del Amor; del Amor Divino, que ha llegado hasta el don total de sí mismo; del Amor infinito, que en la Cruz ha levantado de la tierra toda ausencia de amor y ha permitido que el hombre nuevamente encuentre refugio entre los brazos del Padre misericordioso ”.
Ojalá queramos acompañarle y sentir un profundo deseo de estar a su lado durante este tiempo.
Para ello debemos sentirnos pobres y necesitados de Ti. Enséñanos a orar, a compartir, a renunciar. Libéranos de nuestros egoísmos, Haz que yo seamos capaz de darnos a los demás y dejarle entrar en el desierto de nuestra alma liberándonos de “las alimañas” que la rodean.
El da la vida por nosotros y yo no sabemos corresponderle. Nos dice que amemos a los demás como El nos ama y, aunque lo intentamos, inmediatamente caemos en
juicios y egoísmos, en falta de amor hacia los que pone en nuestro camino.
En estos días en que se nos llama a la conversión, a meditar sobre tu pasión y muerte, a ver Su entrega generosa y Sus sufrimientos por nuestros pecados. Mediante la conversión personal pidamos que cambie nuestras vidas. Pongámonos en sus manos; que esos brazos extendidos en la Cruz sean unos brazos abiertos para abrazarnos junto a toda la humanidad.
En el viacrucis lo contemplaremos clavado en la cruz. Que su visión y meditación nos ayude a hacer nuestro el soneto que un alma enamorada de Ti te dedicó al verte crucificado:
“No me mueve mi Dios para quererte
el Cielo que me tienes prometido,
ni mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tu me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, en tal manera,
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar por que te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera”.