Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza.
(De la Exhortación Apostólica “Christus Vivit” – Papa FRANCISCO)
EL PRIMER DOMINGO DEL AÑO
En la Vigilia Pascual estrenamos el «aleluya», y sueco resuena en nuestros templos. Estamos en la octava de Pascua y lo hermoso de estos ocho días -van de domingo a domingo- radica en que deben ser vividos como si fueran “un solo día”. Se trata, pues, de un “largo domingo” o “gran domingo” en el que el júbilo por Cristo vuelto a la vida se prolonga con la misma intensidad. Parece como si la Iglesia no quisiera acabar este gran domingo, fiesta de las fiestas y solemnidad de las solemnidades.
¿Qué ha pasado? Cristo ha resucitado, ha vencido a la muerte, ha triunfado sobre el pecado. Pascua es la fiesta de la alegría en nuestra certeza final de la Resurrección.
El de la Resurrección del Señor es el primer y principal domingo del año litúrgico, con dos celebraciones singulares que se complementan: la vigilia pascual de la noche y la misa del día. La liturgia no se cansa de repetir el mismo estribillo: «Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así pues, celebramos la Pascua. Aleluya». El entusiasmo de la Iglesia se expresa en la bendición de este domingo:
«Éste es el día en que actuó el Señor». Después de las tinieblas de la Semana Santa se ha levantado para siempre el sol de la Resurrección. Por eso los creyentes en Jesús cantamos el cántico nuevo, el himno de la liberación definitiva, el aleluya sin fin. Celebramos al Cristo de la gloria, al Resucitado, al Primogénito de entre los muertos, que es prenda de nuestra resurrección.