Juan Manuel es seminarista: «Dejé a mi novia por Dios»
A los cuatro meses de entrar por primera vez en el seminario tenía dudas y lo dejó, pero volvió gracias a su director espiritual. «Es como ir al psicólogo, pero con un cura. Nunca he sido tan feliz como ahora», afirma
uan Manuel estudia en el seminario de San Martín Pinario, en Santiago de Compostela, donde se prepara para ser sacerdote. El venezolano llegó a Galicia con 29 años y encontró trabajo en hostelería. Durante sus dos primeros años en España ejerció como camarero, pero él sabía que no era lo que Dios le había encomendado en esta vida. En el 2020 se inscribió como alumno en el claustro. Sin embargo, para su sorpresa, cuando cumplió allí cuatro meses le surgieron dudas y abandonó los estudios.
«Más adelante me daría cuenta de que cuando Dios te llama una primera vez a la puerta, ya te quedas fichado de por vida», explica el seminarista. Pero en ese momento, se encontraba perdido. Al poco tiempo encontró el amor fuera del claustro. Durante un tiempo estuvo viviendo como cualquier otro joven con su pareja. Se mudó a Madrid y más adelante a Barcelona, en ambos lados trabajando en el sector de la hostelería. «No me arrepiento de haber vivido esa etapa. Son experiencias que te hacen darte cuenta de cuál es tu lugar», explica. Después de un tiempo, el Señor se le manifestaba allá donde fuera: en el trabajo, en la calle, con su novia. Sentía que le llamaba desde cualquier parte. Por eso, en octubre de este año le dijo que sí, que quería seguirle en el camino que había elegido para él. Para Juan, dedicar su vida a esta causa no fue un proceso fácil, tuvo que tomar una serie de decisiones, y una de ellas, era explicarle a su pareja cuál era la situación. «Después de dos semanas difíciles, los dos terminamos por entendernos. En estos casos, no es que se acabe el amor, es que yo busco otra cosa», argumenta. Como cualquier noviazgo, para el seminarista es una ruptura normal entre dos personas, pero en este caso, eliges a Dios. «La vida es así, cuando sabes que no va para ningún lado, lo mejor es hacer caso a lo que dice tu corazón y no frenarte por miedo», admite.
ES NORMAL TENER DUDAS
Sin embargo, el paso no hubiera sido posible sin la ayuda de un director espiritual. ¿Y esto qué es? «Es como ir al psicólogo, pero con un cura», señala riendo. Explica que se trata de una confesión, pero analizando más el foco del problema. Sin duda, Juan recomienda poner un director espiritual en la vida de cualquier persona. Gracias a esta terapia, se dio cuenta de que sus dudas procedían del cambio de Venezuela a España. «Era muy diferente a lo que estaba acostumbrado en mi país, todo era nuevo y te pierdes entre tantos lugares que descubrir y visitar», comenta.
«El Señor pone todo de su parte y te da lo necesario»
Volver al convento fue lo mejor que le pudo pasar. «Nunca he sido tan feliz como soy ahora», reconoce. Entiende que igual que le costó a él, le puede pasar a muchos más jóvenes que se plantean entrar al sacerdocio. «Les recomiendo que no tengan miedo, que se entreguen y respondan que sí cuando Dios se dirija a ellos», asegura. Con 34 años, Juan cuenta que él también sintió vergüenza. Para él es como cualquier otra carrera o trabajo: siempre te surge la incertidumbre de lo que supondrá ese cambio. «El Señor pone todo de su parte y te da lo necesario, pero para ello debes escucharle y entregarte a él», afirma. Opina que para ser feliz tienes que buscar aquello que más te llena. Y para ello es necesario abrir el corazón. «Es difícil en un mundo lleno de cosas superficiales, y tienen que ser los jóvenes los que den el primer paso», matiza.
NO ES COMO TE IMAGINAS
Ahora que ha vuelto al convento sabe que está donde tiene que estar. «Hacemos vida casi universitaria», cuenta. Vive en el seminario, junto con otros 20 compañeros. Ahí tiene su habitación decorada a su gusto, y el resto de zonas son compartidas. «Es como una residencia, pero con horarios», explica. Se levantan a las 7 de la mañana y todos rezan antes de desayunar. El resto de la mañana hacen vida universitaria. Comparten campus con otras carreras de religión en el Instituto Teológico compostelano, que es mixto y donde hay gente de todas las edades. En total, hacen oración tres veces al día, una hora antes de cada comida. Y por la tarde, estudian y tienen tiempo libre. «Tenemos de todo: podemos ir al gimnasio, clases de canto, practicar deportes, y de vez en cuando, irnos de retiro espiritual», matiza. Aunque confiesa que el único problema que puede haber es el de la convivencia. «No todos nos levantamos siempre con el mismo humor», declara. Pero eso es algo normal en cualquier residencia de estudiantes. Aun así, hacen mucha vida social: se van juntos a tomar el café y algún que otro día se van a cenar fuera del claustro. «No es tan malo como la gente se imagina, es casi igual que cualquier otra carrera», asegura. Son cinco años de estudio, y el último, son las prácticas con el diácono para finalmente convertirte en sacerdote.
Para Juan, es una pena que cada vez existan menos jóvenes que tomen este camino. «Hay muchos que no se meten al seminario por miedo o por vergüenza. Al igual que ocurre con las que quieren ser monjas, que en este caso estudian el noviciado, de las cuales hay menos todavía», explica. Por eso hace un llamamiento a aquellos jóvenes para que no frenen sus sentimientos y que no duden en informarse y hacer lo que más les llame. O directamente, acudir a la dirección espiritual.
Fuente: La Voz de Galicia
Foto: Xoán A Soler