Queridos hermanos y hermanas: Boa noite!
Me da alegría verlos. ¡Gracias por haber viajado, por haber caminado, gracias por estar aquí! Y pienso que también la Virgen María tuvo que viajar para ver a Isabel: «partió y fue sin demora» (Lc 1,39). Uno se pregunta: ¿por qué María se levanta y va de prisa a ver a su prima? Claro, acaba de enterarse de que la prima está embarazada, pero ella también lo está. ¿Por qué entonces va a ir si nadie se lo pidió? María realiza un gesto no pedido, no obligatorio. María va porque ama, y «el que ama, vuela, corre y se alegra» (Imitación de Cristo, III, 5). Eso es lo que nos hace hacer el amor. La alegría de María es doble, ella acababa de recibir el anuncio del ángel, que iba a recibir al Redentor, y también la noticia de que su prima está embarazada.
Es curioso, en vez de pensar en ella piensa en la otra. ¿Por qué? Porque la alegría es misionera, la alegría no es para uno, es para llevar algo y yo le pregunto a ustedes: ustedes que están aquí, que han venido a encontrarse, a buscar el mensaje de Cristo, a buscar un sentido lindo a la vida, ¿esto se lo van a quedar para ustedes o lo van a llevar a los otros? ¿Qué opinan? No oigo.
Es para llevarlo a los otros, porque la alegría es misionera. Repitamos todos juntos: la alegría es misionera. Entonces yo tengo que llevar esa alegría a los demás.
Pero esa alegría que nosotros tenemos también otros nos prepararon para recibirla. Ahora miremos para atrás, todo lo que hemos recibido. Lo que hemos recibido y han preparado, todo eso ha preparado nuestro corazón para la alegría.
Todos, si miramos hacia atrás tenemos personas que fueron un rayo de luz para la vida: padres, abuelos, amigos, sacerdotes, religiosos, catequistas, animadores, maestros. Ellos son como las raíces de nuestra alegría.
Ahora hacemos un segundo de silencio y cada uno piensa en aquellos que nos dieron algo en la vida que son como las raíces de la alegría.
¿Encontraron? ¿Encontraron rostros, encontraron historias? Esa alegría que vino por esas raíces es la que nosotros tenemos que dar. Porque nosotros tenemos raíces de alegría, raíces de alegría. Y también nosotros podemos ser para los demás raíces de alegría. No se trata de llevar una alegría pasajera, una alegría de momento. Se trata de llevar una alegría que cree raíces. Y me pregunto: ¿cómo podemos convertirnos en raíces de alegría?
La alegría no está en la biblioteca encerrada —aunque hay que estudiar, eh— pero está en otro lado, no está guardada bajo llave. La alegría hay que buscarla, hay que descubrirla, hay que descubrirla en nuestro diálogo con los demás, donde tenemos que dar esas raíces de alegría que nosotros hemos recibido. Y eso a veces cansa.
Yo les hago una pregunta: ¿ustedes se cansaron alguna vez? No. ¿Sí? No oigo, ¿Se cansaron alguna vez? Piensen lo que sucede cuando uno está cansado: No tiene ganas de hacer nada. Como decimos en español uno tira la esponja, porque no tiene ganas de seguir. Y entonces uno se abandona, deja de caminar y cae. ¿Ustedes creen que una persona que cae en la vida, que tiene un fracaso, que incluso comete errores pesados, fuertes, ya está terminada? No. No oigo. ¡No! ¿Qué es lo que hay que hacer? No oigo. Levantarse.
Y hay una cosa muy linda, que quisiera que hoy se la llevaran como recuerdo: los alpinos, que les gusta subir montañas, tienen un cantito muy lindo, que dice así: en el arte de ascender la montaña lo que importa no es no caer sino no permanecer caído. Cosa linda.
El que permanece caído se jubiló de la vida ya, cerró, cerró la esperanza, clausuró la ilusión y ahí queda caído. Cuando vemos algunos amigos nuestros que están caídos, ¿qué tenemos que hacer? Levantarlo. ¡Fuerte! Levantarlo.
Fíjense cuando uno tiene que levantar o ayudar a levantar a una persona, ¿qué gesto hace? Lo mira de arriba hacia abajo. La única oportunidad, el único momento que es lícito mirar a una persona de arriba a abajo es para ayudar a levantarse.
Cuántas veces, cuántas veces vemos gente que nos mira así, por sobre el hombro, de arriba para abajo. Es triste. La única manera en que es lícito, la única situación en que es lícito mirar a una persona de arriba para abajo es -lo digan ustedes- ¿es? ¡Fuerte! Para ayudar a levantarse.
Bueno, esto es un poco el camino, la constancia en caminar y en la vida, para lograr las cosas, hay que entrenarse en el camino.
A veces no tenemos ganas de caminar, no tenemos ganas de hacer esfuerzo, nos copiamos en los exámenes porque no queremos estudiar y no llegamos al éxito.
No sé si a algunos les gusta el fútbol. A mí me gusta. Detrás de un gol, ¿qué hay? Mucho entrenamiento. Detrás de un éxito, ¿qué hay? Mucho entrenamiento. En la vida no siempre uno puede hacer lo que quiere, sino aquello que la vocación que tengo dentro —cada uno tiene su vocación—, nos lleva a hacer. Caminar, si me caigo levantarme o que me ayuden a levantarme, no permanecer caído y entrenarme, entrenarme en el camino. Y todo esto es posible no porque hagamos cursos sobre el camino, no hay ningún curso para enseñarnos a caminar en la vida, eso se aprende, se aprende de los padres, se aprende de los abuelos, se aprende de los amigos, llevándose de la mano mutuamente.
En la vida se aprende y eso es entrenamiento en el camino. Yo los dejo con esta idea nomás: caminar y si uno se cae levantarse, caminar con una meta, entrenarse todos los días en la vida. En la vida nada es gratis, todo se paga.
Sólo hay una cosa gratis: el amor de Jesús. Entonces con esto gratis que tenemos, el amor de Jesús, y con las ganas de caminar, caminemos en la esperanza, miremos nuestras raíces y vayamos adelante, sin miedo, sin miedo. No tengan miedo. Gracias.