Cada 1 de noviembre la Iglesia Católica celebra la Solemnidad de Todos los Santos, de todos sin excepción, tanto los reconocidos como los anónimos. Es la gran celebración de aquellos que comparten el triunfo y la gloria de Cristo eternamente, en virtud del esfuerzo en seguir de cerca al Maestro, cooperando con su gracia.
La Iglesia se viste de blanco en este día, al verse confirmada como madre que convoca a sus hijos a la salvación, mientras que los hijos se ven fortalecidos por el ejemplo de quienes se adelantaron en el camino de la fe y la caridad.
Todos estamos llamados a la santidad
San Juan Pablo II, en la homilía de la misa dedicada a la Solemnidad de Todos los Santos, en noviembre de 1980, decía: «Hoy nosotros estamos inmersos con el espíritu entre esta muchedumbre innumerable de santos, de salvados, los cuales, a partir del justo Abel, hasta el que quizá está muriendo en este momento en alguna parte del mundo, nos rodean, nos animan y cantan todos juntos un poderoso himno de gloria».
Y es que esta Solemnidad es un día propicio para compartir el júbilo por la obra salvífica de Dios a lo largo de los siglos. Obra que no se detiene jamás y que se renueva, a cada instante, en cada ser humano que responde a la gracia de Dios, viviendo el llamado a la plenitud en el amor.
El Papa Francisco explica muy bien cuál es el camino a la santidad y lo repite a menudo: «….todos estamos llamados a la santidad. Los Santos y Santas de todos los tiempos, no son simplemente símbolos, seres humanos lejanos e inalcanzables. Por el contrario, son personas que han vivido con los pies en la tierra; han experimentado el trabajo diario de la existencia con sus éxitos y fracasos, encontrando en el Señor la fuerza para levantarse siempre y continuar en el camino.
A partir de esto podemos entender que la santidad es una meta que no puede ser alcanzada por las propias fuerzas, sino que es el fruto de la gracia de Dios y nuestra libre respuesta a ella. Así pues, la santidad es un don y una llamada… es una vocación común a todos los cristianos, a los discípulos de Cristo; es el camino de la plenitud que todo cristiano está llamado a seguir en la fe, avanzando hacia la meta final: la comunión definitiva con Dios en la vida eterna. La santidad se convierte así en una respuesta al don de Dios, porque se manifiesta como una asunción de responsabilidad»
Convertirse en santos es posible siguiendo la gran regla que Jesús nos dejó y que encontramos en el Evangelio de Mateo. El Papa Francisco escribe: «Si buscamos esa santidad que es agradable a los ojos de Dios, en este texto encontramos precisamente una regla de comportamiento por la cual seremos juzgados: Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me 7 acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a visitarme” (Mt 25, 35-36) …
Ser santo no significa, por tanto, acristalar los ojos en un supuesto éxtasis, es reconocer a Cristo en lo pobres