Hoy es un día de intenso gozo espiritual. Y con el salmista cantamos “al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas” (Sal 97) en María pues celebramos la solemnidad de la
Inmaculada Concepción de María.
Es un dogma de fe dentro de la tradición católica que señala que la Virgen María fue concebida sin mancha de pecado original. Este acontecimiento, proclamado como dogma en 1854 por el Papa Pío IX, afirma que desde el primer instante de su existencia, María fue preservada de toda culpa, preparándola así para ser la madre de Jesús.
Este dogma encuentra sus raíces en interpretaciones teológicas y reflexiones patrísticas que exaltan la pureza de María como la elegida para ser la madre del Salvador y que refuerza en la santidad de María y su papel especial en la historia de la salvación.
Contemplando su Inmaculada Concepción, celebramos que María es toda pureza, es decir, libre desde el primer instante de su existencia, de toda mancha de pecado, también de la herida del pecado original, en virtud de los futuros méritos de Cristo. Ella es pre-redimida, porque el Altísimo, que con una sola mirada abarca toda la historia pasada, presente y futura, quiso preparar a su Hijo una morada digna que, al mismo tiempo, fuese la ‘primicia’ de los tesoros que Él nos conquistaría con su Encarnación, Muerte y Resurrección.
Esta Solemnidad irrumpe con sentido en medio del tiempo del Adviento. La Iglesia celebra la espera de la venida del Señor con una mirada abierta al conjunto de la historia, una historia de salvación. Por un lado, recuerda la gran noticia de la venida humanada del Hijo de Dios para hacer presente la salvación. Por otro lado, anuncia que, al final de los tiempos, el que se encarnó, resucitó y ascendió a los cielos volverá glorioso para llevar a su plenitud la salvación iniciada.