Mensaje de los obispos españoles para el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, que se celebra el día 19 de mayo, solemnidad de Pentecostés.
La Sagrada Escritura pone de manifiesto cómo Dios fue anunciando la venida del Espíritu Santo, a lo largo de los siglos, a través de los profetas. El Antiguo Testamento deja constancia que el Espíritu Santo era derramado sobre personas especiales, a las que se les encomendaban misiones importantes en momentos cumbres de la historia.
El profeta Joel anuncia que va a llegar un día en el que el Espíritu Santo será entregado a todos los hombres que crean en Dios: «Derramaré mi espíritu sobre toda carne» (Jl 3,1).
Jesús confirma esta promesa del Padre cuando, antes del acontecimiento de su ascensión al cielo, les dice a sus apóstoles: «Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto» (Lc 24,49).
En la solemnidad de Pentecostés, cuando la Iglesia celebra también el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, recordamos la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, señalando de este modo el nacimiento de la Iglesia.
A los apóstoles, tras la muerte de Jesús, les invadió un sentimiento de miedo, que los condujo a encerrarse en una casa, sin saber qué rumbo tomar en sus vidas, porque sentían la ausencia del Maestro. Por eso, Jesús resucitado les infunde Espíritu Santo, esa fuerza que viene de lo alto, que te cambia de una manera radical, que te da un corazón nuevo, que proporciona valentía (parresía) para dar testimonio de Jesucristo y comenzar, de este modo, la misión evangelizadora.
El anuncio del Evangelio se lleva a cabo con la fuerza del Espíritu Santo, enviados por el mismo Jesucristo, en su nombre, porque no nos anunciamos a nosotros mismos (cf. 2 Cor 4,5). Nuestros esfuerzos personales serán inútiles, si Dios no está con nosotros. Como nos recuerda el evangelista san Juan: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5b). Unidos como la vid y el sarmiento daremos fruto abundante y cumpliremos nuestra vocación misionera.
Todos los bautizados hemos sido llamados por el Señor, en la Iglesia, para anunciar la buena noticia del Evangelio: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). Y Cristo es el enviado del Padre con la fuerza del Espíritu Santo. Por eso, nos dice Jesús: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). El envío a la misión procede del Padre, que tanto nos ha amado que ha enviado a su único Hijo para que alcancemos la salvación, por su muerte y resurrección. Y es Jesús resucitado el que ha entregado a su Iglesia, a cada uno de nosotros, el Espíritu Santo, que es el alma de la evangelización. Por tanto, es fundamental que descubramos, como miembros del pueblo de Dios, que tenemos una misión que no es iniciativa nuestra, sino de Dios, que la sostiene y permitirá que perdure por los siglos de los siglos. «Muchas veces se termina siendo una Iglesia prisionera, que no deja salir al Señor, que lo tiene como algo propio, mientras el Señor ha venido para la misión y nos quiere misioneros» (Discurso del papa Francisco a los participantes en el Congreso organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, 18 de febrero de 2023).
En el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar de este año 2024, en el que hemos celebrado un Encuentro sobre el Primer Anuncio (Madrid, 16-18 de febrero) y nos estamos preparando para un Congreso sobre las Vocaciones (Madrid, 7-9 de febrero de 2025), queremos que resuene con fuerza esa llamada que la Iglesia ha recibido, como asamblea de convocados, pueblo de Dios unido en la misión, a vivir su vocación, que tiene como horizonte la misión. Y de un modo propio y peculiar, destacamos la vocación laical, que se ejercita en la caridad política, en el anuncio del Evangelio en el corazón del mundo.
Los laicos, desde el bautismo, han recibido una vocación, que los hace sentirse corresponsables en la vida y misión de la Iglesia. Es oportuno recordar las palabras del papa Francisco al cardenal Marc Ouellet, el 19 de marzo de 2016:
“Mirar al pueblo de Dios es recordar que todos ingresamos a la Iglesia como laicos. El primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo […]. Nuestra primera y fundamental consagración hunde sus raíces en nuestro bautismo. A nadie han bautizado cura, ni obispo. Nos han bautizado laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá eliminar. Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el santo pueblo fiel de Dios”.
Este texto nos permite evitar ciertas deformaciones en las que a veces hemos caído, considerando a los laicos como cristianos de segunda categoría, actores de reparto o meros colaboradores de los pastores en la misión salvífica de la Iglesia. Del mismo modo que los pastores, obispos y sacerdotes o la vida consagrada experimentan que su entrega al Señor y a la Iglesia es vocación, necesitamos en la Iglesia que haya laicos por vocación, que descubran esa fuerza de lo alto, esa efusión del Espíritu Santo que los impulsa a la misión.
Como afirma el informe de síntesis de la primera sesión del Sínodo, Una Iglesia sinodal en misión, en su parte central, todos somos discípulos y todos somos misioneros. La corresponsabilidad es una característica esencial de la sinodalidad, pero se trata de una corresponsabilidad diferenciada, porque siendo verdad que los laicos, los consagrados y los ministros ordenados tienen igual dignidad por el bautismo, no podemos obviar que hay diversidad de ministerios, carismas y vocaciones: «Cada uno según su vocación, con su experiencia y competencia» (informe de síntesis de la primera sesión del Sínodo sobre la Sinodalidad, 18a). La corresponsabilidad diferenciada no debe llevarnos nunca a la competitividad o rivalidad de vocaciones, sino que todas las vocaciones se enriquecen mutuamente y encuentran sentido desde las otras, formando un único cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
En esa corresponsabilidad compartida de todos los bautizados, los laicos tienen una doble misión. Ante todo, el laicado vive su vocación encarnado en el mundo, es decir, en los ámbitos de la familia, del trabajo, de la educación, del cuidado de la casa común y, de una manera particular, en la vida pública. El papa Francisco, en la inauguración del Congreso de Laicos (febrero de 2020), se dirigía con estas palabras a los laicos:
Es la hora de ustedes, de hombres y mujeres comprometidos en el mundo de la cultura, de la política, de la industria […]. Los animo a que vivan su propia vocación inmersos en el mundo, escuchando, con Dios y con la Iglesia, los latidos de sus contemporáneos, del pueblo.
Pero también, la vocación laical se desarrolla en el interior de la vida de la Iglesia, animando la liturgia, como catequistas, formadores, delegados diocesanos, ocupándose de las cuestiones económicas… Ahora bien, en este sentido hay que evitar caer en la tentación de la clericalización de los laicos.
Sin darnos cuenta, hemos generado una elite laical creyendo que son laicos comprometidos solo aquellos que trabajan en cosas de los curas y hemos olvidado, descuidado al creyente que muchas veces quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe. Estas son las situaciones que el clericalismo no puede ver, ya que está muy preocupado por dominar espacios más que por generar procesos (papa Francisco al cardenal Marc Ouellet, el 19 de marzo de 2016).
En definitiva, se trata de que el laico sea laico.
Desde la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida, con motivo del Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, manifestamos nuestro agradecimiento a la constancia y servicio abnegado de las delegaciones diocesanas de apostolado seglar, los movimientos y asociaciones, la Acción Católica, el Consejo Asesor de Laicos y el testimonio anónimo de tantos laicos que por vocación están comprometidos en la misión evangelizadora.
Que la Virgen María, Reina de los Apóstoles, nos dé valentía para vivir nuestra vocación, renovando nuestro ardor misionero «con el mismo entusiasmo que los cristianos de los primeros tiempos» (NMI 58).
Presidente de la Comisión
Carlos Manuel Escribano Subías. Arzobispo de Zaragoza
Subcomisión de Familia y Vida.
• José Mazuelos Pérez. Obispo de Canarias
• Antonio Prieto Lucena. Obispo de Alcalá de Henares
• Gerardo Melgar Viciosa. Obispo de Ciudad Real
• Ángel Pérez Pueyo. Obispo de Barbastro-Monzón
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Subcomisión de Infancia y Juventud
• Arturo Ros Murgadas. Obispo de Santander
• Francisco Jesús Orozco Mengíbar. Obispo de Guadix
• David Abadías Aurín. Obispo auxiliar de Barcelona
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Consiliario de Manos Unidas
Santos Montoya Torres. Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño
Consiliario de Acción Católica.
Antonio Gómez Cantero Obispo de Almería
Foro de Laicos. Sergi Gordo Rodríguez Obispo de Tortosa