Queridos feligreses y amigos todos:
Existe una estampa cargada de significado que se puede contemplar en cualquiera de nuestros pueblos y ciudades: la de la madre paseando junto a sus hijos. Las jóvenes criaturas caminan, juegan… al lado de su progenitora, de su amor. Historias de confianza, de desvelos, de mimos, de educación recta y exigente, de “ojitos derechos”… A partir de ahora, cada una de las partes ya no podrá vivir sin la otra. Algo así, salvando las distancias, deben vivir por dentro los Sagrados Corazones de Jesús y María que protagonizan nuestras fiestas: El Santísimo Sacramento (el “hijo”) y Nuestra Señora del Carmen (la “madre”).
La celebración de las fiestas del Carmen nos asoma cada año al mar. Esta acción puede hacerse de muchas maneras: buscando la brisa fresca y el horizonte lejano, que desconecte la mente y oxigene alma de paz; como paso previo a un chapuzón, después de haberse mojado los pies y mirar alrededor lo que hacen los demás bañistas; de un modo más triste, hay quien se acerca a la orilla con aparente indiferencia, enajenado por alguna mala experiencia de la vida, esperando que las aguas le devuelvan la cordura y, tal vez, unamor de cuya ausencia aún no se ha recuperado…
Pero la fe nos dice que más allá del agua y de nuestro Castillo de Santa Cruz vive una Madre. Nuestra Señora del Carmen se pasea entre las embarcaciones locales “descalciña pola area”, cual centinela de sus hijas e hijos que aquí viven o nos visitan. Patrona de los marineros pero también cuidadora de sus devotos, cuyo signo más concreto y destacado de ese amor es el Escapulario, ese trocito de tela nacido al amparo de la Orden de los Carmelitas, cuyas gracias auspicia la Santísima Virgen, queriéndonos alejar del pecado y llevándonos siempre al amor de su Hijo Jesús, dador de vida.
En el corazón del Verano, la Madre de Dios nos recuerda cómo descansar bien. Nuestra comarca tiene fama de buen destino turístico, frecuentado, moderno, fresco… Y durante el resto del año tampoco se vive mal… Pero no podemos quedarnos con la idea de que se descansa mejor con una existencia cómoda, pretendiendo lujos y caprichos siempre nuevos, sin preocuparnos por los demás. Nuestras fiestas desean convertirse en una oportunidad fraterna y acogedora. Como esas familias que se reúnen en torno a la Madre. Como esas amistades que surgen espontáneas y rápidas en la playa pero que, sin saber cómo, crecen rápidamente y se convierten en cercanía, afecto grande, desde ese momento en adelante.
Cuando el barco que porta a la Virgen del Carmen surque las aguas, recordaremos que estamos aquí de paso. Que necesitamos patrón, brújula y una buena embarcación. Que habrá tormentas y días de pesada calma chicha. Que la pesca abunda en derredor… Pero también que gozamos a bordo de la mejor compañía. Y junto a María, en nuestra navegación, pensaremos en llevar su paz a todo el mundo. En derribar los muros que separan a las familias. En infundir una savia nueva en cada lúdica celebración, eliminando así las excusas que nos impiden querernos con el amor que nos da esa Madre a la que tanto celebramos, sin cansarnos, con inmensa devoción.
Así se lo pedimos también a Jesús en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía quien, sin apartar la vista de su Madre, a la que tanto ama, pone también sus ojos en nosotros, sus fieles, acompañantes suyos admirados y agradecidos en cada procesión del Corpus; para bendecirnos, para incluirnos en su abrazo de amor eterno.
FELICES FIESTAS.
Fiestas de Santa Cruz
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