El 1 de noviembre hemos celebrado la fiesta de Todos los Santos, el 2 la conmemoración de todos los fieles difuntos y cada domingo, en Misa, recitamos el Credo y decimos “creo en la comunión de los santos” una frase que ha resinado de modo especial estos días. Pero, ¿qué queremos decir con esa expresión?
“Durante la Eucaristía confiamos a los difuntos a la misericordia de Dios con un recuerdo sencillo pero lleno de significado. Rezamos para que estén con él en el paraíso, con la esperanza de que un día también nosotros nos encontremos con ellos en este misterio de amor que, si bien no comprendemos plenamente, sabemos que es verdad porque Jesús nos lo ha prometido.
Este recuerdo de rogar por los difuntos está unido también al de rogar por los vivos, que junto con nosotros cada día enfrentan las dificultades de la vida. Todos, vivos y difuntos, estamos en comunión; en esa comunidad de quienes han recibido el bautismo, se han nutrido del Cuerpo de Cristo y hacen parte de la gran familia de Dios” Papa Francisco.
Como dice el Catecismo, la comunión de los santos es es precisamente la Iglesia. Esta comunión tiene dos significados estrechamente relacionados: por un lado, la comunión en las cosas santas, la participación en los mismos bienes espirituales, y, por otro, la comunión entre las personas santas. Catecismo de la Iglesia Católica, 948
De la «comunión de los santos» forman parte todas las personas que han puesto su esperanza en Cristo y le pertenecen por el bautismo, hayan muerto ya o vivan todavía.
Puesto que somos un cuerpo en Cristo, vivimos en una comunión que abarca el cielo y la tierra.No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios.
La Iglesia es más grande y está más viva de lo que pensamos. A ella pertenecen los vivos y los muertos, ya se encuentren en un proceso de purificación o estén en la gloria de Dios. Conocidos y desconocidos, grandes santos y personas insignificantes. Nos podemos ayudar mutuamente sin que la muerte lo impida. Podemos invocar a nuestros santos patronos y a nuestros santos favoritos, pero también a nuestros parientes difuntos, de quienes pensamos que ya están junto a Dios. Y al contrario, podemos socorrer a nuestros difuntos que se encuentran aún en un proceso de purificación, mediante nuestras oraciones.
Todo lo que cada uno hace o sufre en y para Cristo, beneficia a todos. La conclusión inversa supone, desgraciadamente, que cada
pecado daña la comunión.
El mundo necesita santos y, todos nosotros sin excepción, estamos llamados a la Santidad.
¡No tengáis miedo a ser santos!