Os invitamos a hacer el siguiente examen de conciencia reflexionando en cada una de las preguntas.
• En la vida somos tentados continuamente a dejar el camino de Jesús y seguir los criterios del mundo. Nos creemos suficientemente fuertes. Pero somos débiles y caemos en la tentación.¿Qué actitud tengo yo ante mis tentaciones: sé cortar a tiempo o me dejo llevar por ellas?
• El mundo nos bombardea constantemente con propuestas deslumbrantes. Y las costumbres y valores del mundo van penetrando en nosotros sin darnos cuenta. La vida cristiana se va apagando en nosotros. ¿Procuro vivir austeramente, controlando mis gastos de vestido, comida, bebida, diversiones, viajes, aparatos…?
• Encontrarse con Dios, orar, nonos resulta fácil, significa un esfuerzo: dejar las cosas que estamos haciendo, concentrarnos, dedicarle tiempo. Seguramente nos da pereza, no buscamos los momentos más oportunos, siempre encontramos excusas.¿Qué tiempo dedico a orar? ¿Qué tiempo debería dedicar?
• Pensamos que rezar es sólo pedir a Dios cuando tenemos algún problema. Tratamos a Dios como si fuera un mago. Olvidamos que Dios se nos ha manifestado en Jesús, y que orar a Dios es contemplarlo en Jesús, en su vida, meditar sus palabras, sus obras tal como nos lo cuenta el evangelio. Cuando rezo, ¿doy gracias a Dios, le alabo, le pido perdón, le pido fuerzas para amar, para solucionar yo mis problemas?
• Jesús nos enseñó que a Dios hemos de encontrarlo en el hermano, en el pobre y en el enfermo, en el marginado, en los hechos que nos pasan, en los acontecimientos del mundo. ¿En la oración tengo presentes a las personas que trato y los hechos y problemas que viven?
• El mal que hay en el mundo las desgracias que sufrimos nosotros o aquellos que tenemos cerca son cosas que nos paralizan. Quizá nos dejan impotentes y no sabemos qué hacer; quizá nos sirven de excusa para no hacer nada. No es éste el estilo de Jesús. Él es activo contra el mal y da frutos de bondad, de justicia, de amor. ¿Cuál es mi actitud ante el mal? ¿Digo: “¡No hay nada que hacer!”? ¿Lo tomo como una excusa para no hacer nada? ¿O sigo a Jesús, que cargó con esperanza su Cruz?
• A veces pensamos que el cristianismo consiste en ser sumisos, resignados, aceptar con paciencia los males y las injusticias. Y, en cambio, Jesús luchó contra el dolor y el mal, criticó la injusticia, no se resignó ante las cosas que deben cambiar. ¿Soy capaz de luchar por una vida más digna y feliz para mí y para todos?
• Dios es paciente. Siempre espera con los brazos abiertos. Acoge, ayuda. Nosotros, a veces, somos impacientes, intolerantes con los demás si nos parece que no hacen las cosas bien, no damos segundas oportunidades, queremos a los demás más perfectos d ello que somos nosotros mismos. ¿Soy comprensivo, paciente? ¿Ayudo a los demás a cambiar?
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• Muchas veces nos creemos mejores que los demás, porque a lo mejor no hemos cometido graves pecados ni hemos abandonado nunca la fe. Y no nos damos cuenta de la mediocridad de nuestra fe y de nuestro amor. ¿Reconozco mi pecado de orgullo, de autosuficiencia, de creerme superior a los demás? ¿Pido perdón por la mediocridad de mi fe y de mi amor?
• Ante Dios todos somos hijos, y Él nos ama con todo su corazón de Padre. Y, porque nos ama, perdona nuestros pecados, sean grandes o pequeños. ¿Cómo acojo a aquellos hermanos míos que me han injuriado, que me han criticado, que me han hecho algún daño?
• Nos resulta más fácil criticar que alabar a las personas; ver sus defectos antes que sus cualidades; condenar antes que salvar.¿Qué mirada tengo yo hacia las personas que me rodean: en casa, en el trabajo, en la escuela, en la parroquia, en el vecindario?
• El hecho de criticar y de acusar a los demás esconde muchas veces los propios defectos y pecados, y nos justificamos ante Dios como si nosotros no cayéramos en esos pecado. ¿Me pregunto a menudo cómo se manifiestan en mí los defectos que veo en los demás?
• Muchas veces confundimos el pecado con el pecador, Y condenamos e pecado y al pecador a la vez. El proceder de Dios con nosotros no es éste: Él siempre nos perdona y nos salva. ¿Condeno a los demás? ¿Soy vengativo?¿Guardo rencor? ¿Me cuesta perdonar?
• Siempre nos quejamos, pero tenemos que reconocer que hemos avanzado en el bienestar y comodidades. Este progreso material quizá nos lleva a poner el corazón en los bienes de consumo, y a disfrutar egoístamente de ellos. Se reseca entonces nuestra capacidad de amar, de convivir, de ser solidarios. ¿Dónde pongo el acento de mi vida: en el bienestar y la comodidad personal, o más bien en el convivir con los demás, en el compartir mis cosas, en el colaborar en las tareas comunes? ¿Me intereso y hago algo por la justicia y el bienestar de todos?
“Que vuestra caridad no sea una farsa…”nos dice san pablo. “ Lo que hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” nos dice Jesús…
Tenemos que poner todo nuestro ser en movimiento, salir de nosotros mismos, ir al encuentro de los demás y quererlos como a nosotros mismos. El verdadero amor es amar a los demás como Dios nos ama: dándose sin medida.
Vamos a empezar por reconocer que, si amamos a los demás, lo más beneficiados vamos a ser nosotros mismos, porque sólo así nos podremos reconciliar con Dios.
Nos ponemos en actitud humilde y confiada.